miércoles, 20 de mayo de 2015

El desarrollo como fracaso


“Podemos imaginar al ‘desarrollo’ como una ráfaga de viento que arranca a los pueblos de sus pies, lejos de sus espacios familiares, para situarlos sobre una elevada plataforma artificial, con una nueva estructura de vida. Para sobrevivir en este expuesto y arriesgado lugar, la gente se ve obligada a alcanzar nuevos niveles mínimos de consumo, por ejemplo, en educación formal, sanidad hospitalaria, transporte rodado, alquiler de vivienda”
Iván Illich
El desarrollo como mito
El mito del desarrollo es la idea- promesa que orientó después de la II Guerra Mundial a los pueblos colonizados para erradicar la pobreza y liberarse del yugo de los Estados colonizadores; para ello deberían seguir los pasos de las sociedades occidentales e incluirse en la sociedad termo-industrial mediante la construcción de Estados Democráticos e insertarse en los modos de producción del capitalismo liberal.
El desarrollo no es otra cosa que la colonización del mundo por Occidente, cuyos cuatro pilares serían:
  • la economización de las relaciones sociales y de la relación con la naturaleza,
  • el culto del progreso tecno-científico,
  • el universalismo de “humanismo de la mercancía” 
  • y la uniformización cultural planetaria.
El desarrollo ha sido, es y será, antes que nada, un desarraigo. En todas partes ha provocado un aumento de la dependencia y la subordinación en detrimento de la autonomía de las sociedades.

La historia del desarrollo

Tal y como señala Naredo el término desarrollo se aplicó inicialmente en el campo de la biología. Darwin lo utilizó en 1759 para denominar el proceso de evolución que experimentan animales y plantas desde su nacimiento hasta que alcanzan su madurez.

A finales del siglo XVIII el uso del término se comenzó a transferir al campo sociocultural, equiparándolo a la idea de progreso. La palabra progreso daba carta de legitimidad moral a ciertas tendencias de la evolución sociocultural. Se consideró que todas las sociedades evolucionaban de una forma lineal de unos estadios de mayor atraso –caza y recolección o ausencia de propiedad privada– hacia nuevas etapas más avanzadas y racionales –civilización industrial o economía de mercado– y que en esta evolución, tan inexorable y universal como las leyes de la mecánica, las sociedades europeas se encontraban en el punto más evolucionado.

Al concebir la historia de los pueblos como un camino que transitaba del salvajismo y la barbarie hasta la civilización, los europeos, guiados por la convicción etnocéntrica de constituir la civilización por excelencia, expoliaron los recursos de los territorios colonizados para alimentar su sistema económico. Sometieron mediante el dominio cultural y la violencia (posible gracias a la tecnología militar) a los pueblos colonizados, a los que se consideraba salvajes por su estado cercano a la naturaleza.

Fue un presidente de Estados Unidos, Truman, quien empleó por primera vez la palabra desarrollo para referirse a la situación que ocupaban los países en relación al crecimiento económico. Después de la 2ª Guerra Mundial, en 1949, Truman anunciaba un programa internacional de desarrollo que iba a contribuir a la mejora y crecimiento económico de las áreas subdesarrolladas.
Por primera vez se calificaba como desarrollados a los países que habían abrazado la fe en el crecimiento económico y, por el contrario, subdesarrollados al resto de los Estados. De pronto miles de millones de personas se convertían en subdesarrolladas (con la carga peyorativa que el término supone) y dejaban de ser pueblos diversos, con otras lógicas económicas, para convertirse en el contrario de los otros que se autodenominaban desarrollados.

El discurso del desarrollo

La crisis mundial me permite poner en relieve otro tema que me parece importante y que tiene larga data en el discurso moderno: el discurso del desarrollo. Pienso que la globalización y la crisis son la manifestación de algo más profundo y que hace referencia a la episteme misma del sistema. Es la noción de que el hombre está separado de la naturaleza y que debe utilizar a la naturaleza y a los demás seres humanos como instrumentos para lograr fines egoístas. Esta utilización a la naturaleza, sin ningún tipo de consideración ética, y que se revela absolutamente pragmática, es propia del ser moderno. Esta dimensión de egoísmo y de individualidad, también es propia del ser moderno. En el siglo XIX nació la utopía de ese ser moderno bajo la forma de progreso.

La ignorancia de los límites físicos del planeta permite que una buena parte de las teorías del desarrollo propongan políticas que lo promueven. Se aconsejan o imponen a los países empobrecidos medidas para que sigan la senda de los países ya desarrollados, llegando a denominarles en ciertos casos, cuando algunos de sus indicadores económicos crecen, países en vías de desarrollo.
Siguiendo al colapso de las potencias coloniales europeas, los Estados Unidos encontraron una oportunidad para dar dimensión mundial a la misión que sus padres fundadores les habían legado: ‘ser el fanal sobre la colina’. Lanzaron la idea del desarrollo con un llamado a todas las naciones a seguir sus pasos. Desde entonces, las relaciones entre Norte y Sur han sido acunadas con este molde: el ‘desarrollo’ provee el marco fundamental de referencia para esa mezcla de generosidad, soborno y opresión que ha caracterizado las políticas hacia el Sur. Por casi medio siglo, la buena vecindad en el planeta ha sido concebida a la luz del ‘desarrollo’.

Sin embargo, la ruina esta ahí y aun domina la escena como un hito. Aunque las dudas van creciendo y la incomodidad se siente por todos lados, el discurso del desarrollo aun impregna no sólo las declaraciones oficiales sino hasta el lenguaje de los movimientos de base. Ha llegado el momento de desmantelar esta estructura mental.

El fracaso del ‘desarrollo’

El fracaso de las ‘teorías del desarrollo’ para erradicar la pobreza en el mundo debería abrir los ojos al hecho de que ese ‘desarrollo’ no ha intervenido mejorando de entrada las condiciones de vida de las sociedades ‘periféricas’ al capitalismo, sino provocando su crisis, sin garantizar alternativas solventes para la mayoría de la población implicada y originando, en ocasiones, situaciones de penuria y desarraigo mayores de las que pretendían corregir ab initio.

El significado positivo, profundamente arraigado tras dos centurias de construcción social, es un recordatorio para dos tercios de la población terrestre de ‘lo que no son’, recordatorio de una condición indeseable e indigna: para escapar de ella, necesitan que las experiencias y sueños de otros los esclavicen. El desarrollo es una forma de colonialismo en donde opera la escisión de la esfera económica del ámbito de la sociedad y de la cultura

Está claro que el desarrollo económico sólo puede llevarse a cabo apoyándose necesariamente en la pobreza. No sólo el imaginario económico inventa literalmente escasez, sino que también la pobreza vivida constituye una condición de crecimiento. La presión de la necesidad sirve de motor para poner a trabajar a los seres humanos, mientras que crear la indispensable demanda de masas pasa por la exacerbación de nuevas necesidades.

Los sistemas tradicionales de protección contra la pobreza, en particular, los designados como ‘solidaridad comunitaria’, son directa o indirectamente considerados obstáculos, frenos, resistencias al desarrollo, y denunciados como tales por los expertos. Esta redistribución que permite a menudo a los pobres del Sur no hundirse en la miseria, es la bestia negra de los desarrollistas. Por otro lado, la misma teoría económica hace del crecimiento una condición para la eliminación de la pobreza.
Así pues, no hay crecimiento sin necesidades, no hay remedio a la pobreza sin hundir a la población en la miseria, incluso en la doble miseria: por una parte, la miseria psicológica por la frustración debida a la creación de nuevas necesidades, y por otra, una miseria concreta, casi fisiológica.

Después del desarrollo: decrecimiento

La economía mundial – en distintas partes del orbe –, ha generado los llamados ‘náufragos del desarrollo’, los que, aparentemente, tendrían que estar condenados a extinguirse. Sin embargo, estos no desaparecen sino que se multiplican de manera ‘inquietante’. A ellos no les queda más remedio que organizarse según otra lógica, inventando otro sistema, otro tipo de sociedad.
El proyecto de modernidad exportado desde occidente al resto del mundo – que fomenta la crematística y el individualismo -, no es de aplicación universal. Los modelos alternativos son una invitación a reflexionar sobre la posmodernidad.

Una posmodernidad basada en la ‘economía del afecto’, no cuantificable, basada en la calidad de los intercambios personales tomados con tiempo para conversar e intercambiar, donde un acto económico se mide por el refuerzo de los lazos que produce en el seno del grupo. Es el grupo lo que importa, la familia en general, los vecinos, el clan. Todos se afanan en dar seguridad al grupo, y las personas que más tienen comparten con los otros de su grupo por encima de su beneficio individual: la vida en grupo constituye unas obligaciones permanentes que se deben asumir.

Encuentros, visitas, charlas, prestar, deber, dar, recibir, ayudar, fiesta, baile, hospitalidad, el extranjero visto como un aporte y no como una carga, armonía con la naturaleza, la palabra, creatividad, nuevas relaciones con el tiempo, alegría, espontaneidad, vivir el instante…

Mujeres y hombres haciéndose cargo de su destino.

El posdesarrollo tiene que ser necesariamente plural. Se trata de buscar formas de apertura colectiva en las que no se privilegie un bienestar material destructor del medio ambiente y de la relación social. El objetivo de la buena vida se declina de múltiples maneras según los contextos. En otros términos, se trata de reconstruir o recuperar  nuevas culturas. Este objetivo se puede llamar el umran (la expansión) como hace Ibn Jaldún, swadeshi-sarvodaya (mejora de las condiciones sociales de todos) como dice Gandhi, o bamtaare (estar bien juntos) como dicen los Toucouleurs …

Se hace necesario superar el mito del desarrollo que ha servido de justificación para imponer un sistema que no ha llevado a una mejora del bienestar en todo el mundo sino que ha profundizado las desigualdades. Se trataría de ‘descolonizar el imaginario económico’ para construir una sociedad alternativa.

El sumak kawsay plantea que para salir de la visión productivista hay que entrar en un proceso de decrecimiento de la producción de cosas para entrar en un proceso de crecimiento humano medido no en términos de cosas, sino en términos humanos. En ese contexto las nacionalidades y pueblos indígenas necesitamos reivindicar nuestra autodeterminación, para profundizar y extender las prácticas del buen vivir hacia la sociedad.

La interculturalidad debe ser la base desde la cual empezar ese diálogo de saberes con miras a, y es literal, salvar a la humanidad del capitalismo y de la modernidad. Puede ser que suene utópico, pero la utopía es uno de los valores más bellos de la modernidad. Es necesario rescatar esos valores y empezar ese trabajo de todos en el cual vayamos, como decía la líder indígena ecuatoriana Dolores Cacuango, sembrando de paja de páramo al mundo, porque la paja de páramo por más que le arranque vuelve a crecer. 


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