El pintor y artista gráfico de izquierda
Ben Shahn impartió una conferencia en 1957 en la Universidad de Harvard,
en la que reflexionó —a grandes pinceladas y en tono alto— sobre las
posibilidades y dificultades con que se enfrentan los artistas que
ocupan puestos en la enseñanza. Éstas eran sus inquietudes: ¿cómo
afectan a los artistas los malentendidos de la comunidad académica? El
medio universitario, ¿facilita o entorpece su libertad?, ¿acaso las
universidades legitiman el diletantismo artístico? Tras las inquietudes
de Shahn asoma la cuestión de cómo el artista individual —en aquel
entonces encumbrado en su arquetípico estatuto moderno— negociaría la
bienvenida con que supuestamente era recibido en esta impersonal
institución[1].
No obstante, la manera en que los
artistas se relacionarían y formarían parte de la única institución
social que se dedicaba entonces a la enseñanza y al aprendizaje
avanzados, no era sino una de las muchas cuestiones filosóficas a las
que se enfrentaban las universidades estadounidenses durante el
acelerado crecimiento económico posterior a la Segunda Guerra Mundial.
Las grandes universidades públicas constitutían un sector importante del
crecimiento económico de la postguerra, pues empleaban a miles de
nuevos becarios e investigadores, las matriculaciones eran masivas y
ponían la educación superior al alcance de la primera generación de
decenas de miles de estudiantes universitarios. No se trataba aún de una
expansión totalmente programada, ya que las universidades crecían a
toda velocidad para responder más bien a una doble exigencia, no del
todo coherente: por un lado, el ideal de poder acoger la afluencia de
una población en aumento; por otro lado, toda una serie de necesidades
industriales que también aumentaban en forma y complejidad. Y esto
sucedía en un raro periodo de equilibrio sistémico y de conflicto global
bajo control, cuando la paz fría dominaba en el Occidente de la
distensión nuclear y el conseso liberal, permitiendo a Estados Unidos
completar su programa de desarrollo interno mediante una enorme
inversión pública. Es éste el contexto histórico en el que las artes
fueron incorporadas al mundo moderno de la educación superior y la
producción de conocimiento en Estados Unidos, resultando, en ese
sentido, legitimadas como disciplina.
Hoy día, después de 1968, 1989 y —dicho
de manera abreviada— demasiadas crisis recientes, estos tonos altos se
han perdido para siempre. Un programa se alza por encima de cualquier
otro: el modelo de desarrollo que llamaríamos neoliberal. La lógica que
está en su base es la privatización de los recursos, el retiro del
sostén público y la instrumentalización de los objetivos
institucionales. Todo ello da como resultado una estratificación. Por un
parte, las universidades, que ya no son instituciones abiertas desde el
punto de vista político, sino que se publicitan como una experiencia al
alcance de quienes puedan pagar para ser admitidos, están ya totalmente
entrelazadas con la estructura de la mercadotecnia consumista. Por otra
parte, como cuerpos productivos, han sido integradas —de manera más o
menos explícita— en la confección del conocimiento y de los trabajadores
del conocimiento orientada hacia el mercado. Si sumamos a esto las
relaciones íntimas y continuas con la investigación militar, más la
intromisión de los objetivos empresariales en el diseño de los programas
de investigación, el resultado es una relación estrecha —aunque
ocasionalmente pueda resultar incómoda— entre los intereses capitalistas
y las universidades.
Poco importa que las universidades
públicas se vuelvan neoliberales por instinto de supervivencia o que las
protestas en los campus durante las décadas de 1960-1970 lograsen
resultados reales en el sentido de hacer compartir los recursos
universitarios con grupos tradicionalmente marginados. A lo largo de las
décadas de 1980-1990, los conservadores tuvieron a la universidad bien
agarrada para reforzar la vieja relación entre el gobierno de la
universidad y los sectores adinerados, bien relacionados y con poder
político. ¿Cómo olvidar el movimiento contra el apartheid que tuvo lugar
en los campus de Estados Unidos en la década de 1980, cuando los
estudiantes activistas se vieron forzados en algunos lugares a ejercer
la desobediencia civil, por culpa de la intransigencia conservadora de
los consejos de administración de universidades públicas y privadas?
Frente a un asunto sobre el que la historia ha emitido su sentencia
definitiva a favor de los activistas, las administraciones
universitarias de todo el país, con pocas excepciones, respondieron a
las demandas de justicia y derechos humanos de una manera conservadora y
a veces fascista.
La diferencia es que ahora la base se ha
convertido en superestructura. Las inversiones de capital hacen que las
instancias educativas se vuelvan escuelas de élite. Las grandes
universidades de investigación públicas van a la caza de los inversores y
generan actividad económica con el fin de justificar el apoyo que
reciben del Estado, mientras aumentan los costes a los estudiantes para
compensar los recortes de financiamiento que aplican administraciones
públicas hostiles, de las cuales depende la gestión de fondos
menguantes[2]. Aún más dramático resulta el hecho de que crece el número
de estudiantes que, en todos los ámbitos del campo educativo —de las
escuelas de élite al primer ciclo universitario o los estudios de
comercio—, finalizan sus carreras y —lo hayan hecho o no con éxito—
entran en una forma moderna de servidumbre a causa de los préstamos que
adquirieron para afrontar los precios astronómicos de las matrículas y
las tasas. Lo más probable es que estas tendencias empeoren en los
próximos años, puesto que los recortes draconianos en la financiación
pública de la educación, desde la escuela primaria hasta la universidad,
no han hecho más que empezar en Estados Unidos.
Estas evoluciones explican la lisa y
llana instrumentalización a la que se ve sometida la educación superior,
hasta el punto de hacer que las inquietudes de Shahn acerca de los
artistas enseñantes sean inseparables del problema más básico: el de su
ubicación en la economía salarial del capitalismo global. Las
condiciones singulares de la fuerza de trabajo en la enseñanza, dividida
como está en un sistema de dos niveles —personas contratadas y no
contratadas—, se complica más aún por la condición peculiar de los
artistas, quienes pueden también contar con otros recursos,
oportunidades y reconocimientos a través del mercado del arte y de otros
campos no académicos; campos, no obstante, también sujetos a lógicas
mercantiles. Cuando las realidades socioeconómicas de las universidades
bajo coacción neoliberal se combinan con la idiosincrasia de los
artistas, la cual se deriva de las lógicas internas del arte y de la
historia del arte —con el añadido de las corrientes del humanismo de
izquierda, de dos generaciones de teoría europea, y de la invasión de
las periferias por parte de los centros—, la contradicción actual se
vuelve más clara.
Como artistas que trabajamos en el mundo
de la educación superior, estamos implicados en y sometidos a la red de
relaciones que gobierna las universidades y facultades. Al mismo tiempo,
los imperativos de nuestro campo nos enseñan (en nombre de la
creatividad) a clarificar, cuestionar y remodelar críticamente nuestras
propias posiciones de sujeto, incluso nuestras condiciones de
trabajadores educadores. Para los artistas, cómo y por qué la gente
aprende, cómo y por qué la gente enseña, cómo y por qué la gente lleva a
cabo investigaciones son preguntas que están ligadas a las condiciones
de una esfera pública que entra en crisis al estar administrada bajo los
auspicios del neoliberalismo.
Cuál es el punto de vista que adoptan los
artistas con respecto a la desestabilización de la autoridad
institucional y la erosión de las universidades como lugar donde se
produce el conocimiento, se puede apreciar en la proliferación de
plataformas educativas e investigadoras que o bien se identifican como
arte, o bien son concebidas y organizadas por artistas. No obstante,
aunque se multiplican los experimentos — tanto de carácter temporal como
de larga duración— con las formas institucionales, los dilemas y
contradicciones permanecen. Por ejemplo, en el área de la educación
artística posterior al bachillerato, uno de los asuntos más relevantes
es la evolución curricular y de los programas de educación artística en
relación con, por un parte, la pedagogía politizada, y, por otra parte,
el voraz mercado del arte que confía en que las escuelas de arte
produzcan novedades y una juventud que puedan ser comercializadas de
inmediato. En breve, se puede decir que la veta crítica sigue viva en la
educación artística, pero también lo están las exigencias de un mercado
del arte que requiere artistas que practiquen la conversión de sí en
una marca, incluso durante su periodo de formación. Han surgido en estos
últimos años varios programas —que en algunos casos entran en
competencia— para perforar lo que antes era el plácido rincón académico
de las escuelas de arte y los departamentos de arte universitarios. Los
programas de estudios que concedían un título MFA [Master of Fine Arts]
bombean ahora estudiantes y profesores hacia un desreglamentado menú
internacional de estudios para obtener el título de PhD [Philosophy
Doctor: Doctorado en Investigación] y otras opciones de estudios
independientes con un perfil alto; ambos forman parte de la corriente
que conduce a que el estatuto de artista sea cada vez más
profesionalizado. Al mismo tiempo, un número cada vez mayor de artistas
actúan al hilo de su descontento con la formación académica
convencional, organizando y participando en exposiciones temáticas sobre
la educación que incluyen elementos prácticos, así como en proyectos
antiinstitucionales de base que combinan la educación y la
investigación[3]. Pero, aunque los emprendimientos de base se sostienen
por lo general en análisis críticos de las tendencias académicas, en el
campo expansivo del arte y la producción de conocimiento no está del
todo claro cuándo y cómo la oposición acaba y su recuperación comienza.
Lo que sí es seguro es que la crisis de las universidades está obligando
a los artistas, en todas sus funciones —profesores, curadores,
escritores, activistas y empresarios—, a asumir nuevos modos de
estructurar sus dominios en relación con el viejo modelo universitario.
Hay mucho que decir sobre todas estas
urgencias, pero en un texto breve debo limitarme a finalizar con lo
siguiente: la cuestión de los estudiantes. Aunque Shahn percibía una
relación tensa entre los artistas y la academia desde el principio, no
se refirió en absoluto al papel de los estudiantes. Esto resulta
sorprendente de alguna manera, teniendo en cuenta que se mantuvo firme
hasta el final en su activismo social. Lo que Shah no pudo percibir es
algo que desde entonces se espera: que los estudiantes pueden ser, serán
y deberían ser una fuerza política. Hace medio siglo, Shahn cuestionó
solamente que la academia se convirtiera en una institución que evita el
arte que toca temas controvertidos, en una época que pedía a gritos la
existencia del disenso. Los artistas de izquierda que desempeñan hoy
tareas académicas deben preguntarse en voz alta y en un lenguaje claro
lo siguiente: ¿cómo pueden los movimientos estudiantiles emergentes
hacer uso de los circuitos, los espacios, los lenguajes, la legitimidad,
la creatividad y el resto de las herramientas de las que ya disponen
habitualmente los estudiantes de arte? Esta pregunta exige tomar en
cuenta cuál es el perfil de quien estudia arte hoy día: femenino,
blanco, queer y urbano. La(s) posición(es) de sujeto de los propios
estudiantes nos informa(n) de qué modo habrán de ejercer su politización
y qué probables papeles habrán de jugar en los movimientos.
Para las personas de izquierda existen
efectivamente motivos de optimismo. Aunque prevalecen los programas
neoliberales, también continúan las corrientes anticapitalistas en el
seno de la universidad: los focos que perviven de oposición intelectual y
de fuerza de trabajo politizada, la clase en expansión de trabajadores
permanentemente precarios que producen las propias universidades, y,
como ya he señalado, los estudiantes, quienes, en su peculiar condición
de consumidores y precariado-en-ciernes, constituyen por sí mismos una
subclase. Quienes conforman este potencial y a veces resisten en la
práctica no son pocos ni es escaso su talento. El hecho de que haya un
desplazamiento cada vez mayor de trabajadores académicos contratados
hacia instancias no institucionales o antiinstitucionales, donde a veces
se da una producción de conocimiento genuinamente creativa, es también
un buen presagio, puesto que quienes tomen parte en las luchas que
tenemos por delante necesitarán localizar y cruzar tantos puentes como
puedan, con el fin de implicar a un público no universitario. A este
respecto, en la medida en que hay segmentos de la educación artística
avanzada que mutan hacia formas y formatos experimentales no
tradicionales —publicaciones, diseminación de ideas a través de
circuitos de intercambio global, formas de autolegitimación y de
participación que reúnen a actores institucionales y activistas de base—
que van por delante de otros campos, los estudiantes de arte podrían
tener un papel que jugar.
Está por ver si las luchas
individualizadas en los campus logran conectarse de algún modo
sustantivo, funcional e imaginativo. Dada la frecuencia y la
distribución internacional de la acción estudiantil en los meses finales
de 2009, se puede dar la posibilidad de que surjan estos lazos
significativos[4]. Las campañas coordinadas el 4 de marzo de 2010 para
defender la educación pública en California fueron especialmente
reseñables por la incorporación a ellas de muchos jóvenes estudiantes y
profesores de escuelas secundarias, resistiendo así con éxito la
tendencia a la división entre instituciones de enseñanza secundaria y
postsecundaria. Ello nos recuerda que la integración vertical entre
grupos de diferentes edades y niveles educativos en el mismo territorio
es tan importante como las integraciones horizontales que atraviesen las
fronternas internacionales. Los movimientos que tienen su base en los
campus universitarios se encontrarán en mejor disposición para organizar
la defensa contra los ataques al sector público en general si miran
hacia las escuelas secundarias, pues existe el peligro de que los
movimientos estudiantiles señalen sólo o principalmente los recortes del
presupuesto universitario, la subida de las tasas, las perspectivas
laborales tras la licenciatura y/o la financiación individual de la
educación postsecundaria, quedando así reducidos a la condición de
grupos que defienden sus propios intereses.
Cualquier logro en la expansión o en la
competencia política del activismo en los campus, en pos de la muy
deseada coordinación transnacional y multigeneracional, será un avance
serio y necesario para la izquierda global. Lo que resulta especialmente
importante en Estados Unidos, donde los campus han atraído tal
inversión de capitales que se han convertido de nuevo en un campo de
batalla, en tanto en cuanto la bifurcación sistémica se acentúa con cada
curso que pasa.
[1] Ben Shahn, The Shape of Content, Harvard University Press, Cambridge, Massachusetts, 1957, pp. 73-91.
[2] Incluso las universidades insignia en Estados Unidos reciben como
promedio, de fondos públicos sin contrapartidas, menos del 25% de sus
presupuestos. En el año 2008, por ejemplo, la Universidad de
Wisconsin-Madison recibió del Estado de Wisconsin sólo un 20,2% de su
presupuesto. Para la Universidad de Michigan fue el 24%, y para la de
California-Berkeley, el 22%, de sus respectivos gobiernos del Estado. En
casi todas partes en Estados Unidos, los legisladores estatales
conservadores apuntan a la universidad a la hora de aplicar recortes
presupuestarios anuales, obligándolas a justificar su existencia en
términos económicos. El resto de sus presupuestos proviene
principalmente de becas de investigación, donaciones e inversiones
restrigidas, así como del aumento de los costes para los estudiantes.
Fuentes: http://www.wisc.edu/about/facts/budget.php; http://www.vpcomm.umich.edu/budget/understanding.html; http://newscenter.berkeley.edu/news/budget/img/revenue0809.gif
[3] Los estudios PhD existen de una forma inmadura, sin estándares
claros. Los programas de estudios independientes incluyen casos
reconocidos como el Indepent Studies Program del Whitney y la residencia
Skowhegan. La exposición Pedagogical Factory [Fábrica pedagógica] que tuvo lugar en AREA (Chicago) [http://www.stockyardinstitute.org/PedagogicalFactory.html]
y las series de talleres en Hyde Park Center son un ejemplo de
exposición como laboratorio de aprendizaje. Mildred’s Lane, una
iniciativa del artista Mark Dion y del diseñador J. Morgan Puett, es un
ejemplo de escuela dirigida por artistas y para artistas [http://www.mildredslane.com/].
La Flying University [Universidad Volante] de Red76 es un ejemplo de
educación informal y esencialmente social, entendida como un proyecto
artístico [http://www.red76.com/fu.html].
Otros ejemplos de escuelas de iniciativa propia y proyectos de
investigación de base son la Experimental College of the Twin Cities
[Facultad Experimental de las Ciudades Gemelas] o EXCO [http://www.excotc.org/], The Public School [La Escuela Pública] en Los Ángeles [http://all.thepublicschool.org/] y el seminario ambulante Continental Drift [Deriva Continental: http://brianholmes.wordpress.com/].
Para una excelente discusion sobre el grado MFA en relación con la
proliferación de opciones educativas, véase: “The Currency of Practice:
Reclaiming Autonomy For The MFA”, Art Journal, vol. 68 nº 1, primavera de 2009, pp. 41-75.
[4] Un listado parcial de las
universidades que fueron objetivo de las acciones estudiantiles sería el
siguiente: la Universidad de California, en sus campus de Los Ángeles y
Santa Cruz; la Universidad de Illinois Champaign-Urbana; la Universidad
y la Academia de Bellas Artes en Viena; la Universidad de Zagreb; la
Universidad de Berna. Entre estas varias luchas estudiantiles ha habido
gestos de solidaridad y cierta coordinación a nivel regional y nacional
(por ejemplo en Italia). Pero, hasta donde conozco, no ha habido
acciones coordinadas a nivel transnacional. También merece un análisis
la ausencia aparentemente total de conexiones entre las luchas de
estudiantes en Europa, Estados Unidos y las que continúan en Irán.
Publicado originalmente en: http://eipcp.net
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