lunes, 8 de junio de 2015

Gonzalo Portocarrero: "Seguimos siendo una sociedad colonial"

Gonzalo Portocarrero: "Seguimos siendo una sociedad colonial"
Gonzalo Portocarrero. (Foto: El Comercio)

“La urgencia por decir nosotros: Los intelectuales y la idea de nación en el Perú republicano” (PUCP, 2015), el más reciente libro del sociólogo Gonzalo Portocarrero Maisch, presenta nueve capítulos que a través de una escritura dinámica y muy bien estructurada repasan la biografía de algunos de los intelectuales más destacados de la historia republicana.
Manuel González Prada, José Carlos Mariátegui, Ricardo Palma, Luis E. Valcárcel, José María Arguedas y José de la Riva Agüero son analizados no solo desde el punto de vistas de sus aportes literarios, artísticos o políticos, sino también bajo el prisma de su visión del mundo.
“Lo que hice con este libro fue un análisis de todas estas obras que ya conocía a profundidad, no solo porque las leí de chico, sino porque las enseñé en la universidad. Con este libro me permití no solo analizar las obras, sino también tratar de conectarlas con la vida de su autor y con su visión del mundo”.
El libro incluye algunas fotografías de Ricardo Palma, un hombre que, casi al final de su vida, parece haber tenido una intención de “blanquearse” físicamente ante el público.
Ricardo Palma fue lo que en su época se llamaba un hombre pardo. Es decir, un hombre que tenía mucho de negro, pero también de indio y, seguramente, también de blanco. Desde el punto de vista aristocrático, era visto con desdén por su color modesto, pero era muy talentoso y se dio mañana para crear una cultura que permitió a la gente comunicarse a pesar de las diferencias. Ricardo Palma permitió codificar la cultura criolla que permitió una cierta integración social en el Perú.
Al principio hubo mucha desconfianza hacia él, inclusive ataques.
Así es. La aristocracia lo hostilizó e incluso lo insultó, pero luego, sobre todo después de la guerra con Chile, se percatan de que él produce un milagro: la cultura criolla como posibilidad de integración social, sobre todo en el polo urbano de la sociedad. Entonces comienzan a rodearlo y le lanzan elogios muy encendidos. En este contexto, un Ricardo Palma pardo, mestizo, cholo, no era tan aceptable como uno más blanqueado. Entonces, en la iconografía de la época se dio el esfuerzo por tener un Ricardo Palma de rasgos más blancos. Y eso se hacía, por ejemplo, a través de la alteración del cromo en los negativos (de las fotos), lo cual permitía que la versión positiva de las fotos saliera más blanca, y también en los retratos donde aparece más blanco de lo que realmente fue.
¿Cómo deberían juzgarse hoy las “Tradiciones Peruanas” de Ricardo Palma?
Creo que la propuesta criolla de Palma fue un gran avance para su época porque nos sacó del colonialismo y nos acercó a nuestra historia, a nuestras costumbres, pero a su vez no hay que dejar de lado que dichas costumbres apuntaban hacia una mímesis con Europa y que eran valiosas en la medida en que se diferenciaban del indio. La propuesta criolla tiene esas dos grandes limitaciones: su mimetismo respecto a los países metropolitanos y su desprecio del indígena. Estas limitaciones no anulan los logros, como por ejemplo haber formado un espíritu común que transmitía una identidad (básicamente dentro de la ciudad), aunque esta (identidad) haya tenido a la figura del pícaro, del trasgresor y del pendejo a su elemento más representativo. Para Palma, el criollo es aquella persona que se sitúa un poco de perfil frente a la ley, es el que no se siente comprometido con esta. Hay frases muy importantes de Ricardo Palma al respecto, como la que dice que “la ley se acata pero no se cumple”, o “la ley son ostias sin consagrar”. Sin embargo, si tuviera que hacer un balance entre lo bueno y lo malo de Ricardo Palma, me quedaría más con lo positivo. Fue un hombre con humor, con una actitud alegre frente a la vida, un personaje que caló hondo en el imaginario peruano.
¿Cuál era la diferencia entre las audiencias a las que se dirigían Manuel González Prada y Ricardo Palma?
Creo que ambos estaban en lo mismo: producir un relato que genere acción colectiva. Palma encuentra eso en la tradición como una especie de cuento o relato que señala que más o menos todos estamos movidos por los mismos impulsos, es decir, las diferencias sociales no son tan significativas como parecen. A su vez, González Prada intenta a través de la balada producir una especie de ética nacional, una visión integrada del país. Pero conforme va escribiendo las baladas se da cuenta de que (estas) no son ciertas, de que el Perú no es un país integrado, donde haya solidaridad y en el que todos seamos iguales, sino al contrario, es un país desgarrado. Es así como el proyecto de las baladas es abandonado y recién lo publicaría su hijo algún tiempo después.
¿Cambió allí la producción intelectual de este personaje?
En vez de tratar de subrayar la unidad, lo que hizo (después) González Prada fue denunciar la desigualdad, las jerarquías y la desintegración del país. Esto tuvo un momento vital en el discurso del Politeama en 1888. Allí usó la frase que tendría una resonancia inmensa en el mundo intelectual y político de la época. La sentencia decía que no forman el verdadero Perú los criollos que viven en la franja occidental de los Andes, sino los indios que viven en las cordilleras y los valles interandinos. ¿Cómo podemos ver al Perú criollo como el país en su conjunto si las cuatro quintas partes de sus habitantes (los indios) no han sido consultados? Para González Prada, los indios deben dar su opinión y no solo ser asimilados a algo extraño. Él cuestionó el proyecto criollo por ser poco representativo. Abrió una ventana para que los intelectuales provincianos puedan pronunciarse. A través de dicha ventana empiezan a escucharse otras voces, como la de Luis E. Valcárcel.
Precisamente le iba a preguntar sobre él. ¿Por qué el resto de obras de Luis E. Valcárcel no llegaron a tener el gran impacto que sí tuvo su libro “Tempestad en los Andes”?
Porque son obras de un carácter más erudito que no llegaron a tener una comunicación suficientemente intensa con el público. En cambio, “Tempestad en los Andes” era una obra de temple profético, que ponía al Perú en un disparadero. O el país respetaba al indio o se venía la guerra de razas con miles de muertes. Eso conmocionó a la conciencia de mundo cultural de la época. Eso fue muy atendido por José Carlos Mariátegui que pensó que, en efecto, el Perú tenía que recuperar su tradición, ponerse en contacto con sus raíces andinas y que esa era la única manera de construir una nación integrada y civilizada. “Tempestad en los Andes” anuncia grandes males pero también grandes remedios. Luis E. Valcárcel fue visto como el fundador de la antropología en el Perú, fue una persona que abrió caminos y sirvió de puente para la antropología que sobre nuestro país se hacía en el extranjero.
Otro personaje fascinante en su libro es el ‘Amauta’ José Carlos Mariátegui. En su libro se menciona que la imagen de leyenda superó a la del hombre. ¿Por qué ocurrió esto?
En el Perú siempre hubo necesidad de héroes, en el sentido de hombres de una sola pieza, de hombres que no hayan dudado, de ejemplos absolutos y la verdad es siempre más complicada. Los hombres somos más vulnerables, volubles. Mariátegui fue un hombre de una sensibilidad extraordinaria, capaz de cambiar constantemente. Se inició muy temprano como cronista que dio cuenta (informó) sobre actividades muy variadas como el baile de una danzante extranjera, la procesión del Señor de los Milagros o lo que ocurría en el Congreso. Él era un polígrafo, es decir, un hombre capaz de escribir en distintos registros. Escribía rápido y con acierto, sin embargo, sentía que le faltaba un proyecto más trascendente en su vida. Estaba, como él decía, a la búsqueda de Dios. Finalmente, este proyecto lo encontró en el marxismo, el gran mito de la época. Ya a partir de ahí trasciende la crónica para pensar más en la interpretación del ensayo, para pensar cómo es que sería posible imaginar el Perú hacia el futuro. Ahí toma contacto con los indigenistas y a través de sus lecturas constata que el país debe recuperar esta tradición indígena.

Portada del libro de Gonzalo Portocarrero. (Foto: Difusión)

Pero sus palabras llegaron a tener efectos muchas veces contrarios en la población. ¿Por qué?
Porque en nuestro país no hubo un desarrollo estimable del racionalismo. Ha sido una sociedad donde el dogmatismo prendió con mucha facilidad. El modelo del conocimiento ha sido más la biblia y el catecismo. La idea es que hay un lugar donde está la verdad, (que) hay un libro donde están todas las respuestas posibles a las preguntas que uno puede hacerse: el catecismo. Se catequizó a Mariátegui, se le convirtió en una ortodoxia, lo que es algo completamente anti-mariateguista porque justamente lo que lo caracterizó fue el intento por actualizar permanentemente su pensamiento conforme observa hechos, absorbe teorías o va pensando mejor las cosas. Es un pensamiento muy heterodoxo, muy dinámico y fue impregnado en estos manuales que van a ser parte de la identidad de la izquierda, sobre todo de la más radical. Si bien influyó en muchos partidos políticos como Acción Popular, en el Partido Comunista, aunque también en el maoísmo, lamentablemente.
Se viene el bicentenario. Una vez entrevisté a la historiadora Carmen Mc Evoy y me dijo que vivimos en una república muy joven. ¿Cuál es su balance sobre el Perú hoy?
Mencionaría a Sinesio López, quien habla de una ‘sociedad en tránsito’ porque ya no somos la sociedad de señores y siervos que fuimos hasta mediados del siglo XX pero tampoco una sociedad de ciudadanos que participan en un cuerpo de nación, en la que exista una solidaridad y respeto mutuo. Eso tampoco somos. Estamos en un momento de tránsito que se alarga y que hace que la sociedad peruana sea muy difícil de gobernar. Cada emprendimiento colectivo cuesta mucho, es muy difícil lograr metas comunes porque hay una desconfianza generalizada y esto tiene que ver con el predominio de la jerarquía sobre la igualdad en nuestra visión del otro. Vemos en el otro más a un (ser) diferente, superior o inferior, que un (ser) igual, y desconfiamos. Pensamos que nos va a engañar y tratamos de adelantarnos a su engaño. Somos una sociedad que está ahí, de un lado rechazando la figura del patrón y el siervo, de otro lado anhelando la del ciudadano, pero el tema es que seguimos organizados como una sociedad colonial. Es decir, acá lo que funciona es el líder, el caudillo y la gente lo rodea. Hay poca capacidad de organización.
Usted señala que el Informe Final de la Comisión de la Verdad debería ser una especie de punto de partida para iniciar un camino donde todos los peruanos se unan para salir adelante. Sin embargo, el documento no parece haber logrado su efecto deseado y parecemos inmersos en una lucha de memorias distintas.
Creo que hay que valorar el Informe Final como un hito en un camino. No es el final ni el principio de este, claro. Es un punto importante en el camino del reencuentro del Perú con su historia, con el aprendizaje de nuestra conflictividad, con el intento de poder instituir una cultura del diálogo y la comprensión, cosa que hasta ahora no existe porque la tendencia del Perú siempre es satanizar al otro. Por ejemplo, en Tía María, las personas que protestaron fueron tachadas de ‘terroristas antimineros’ que se oponían al interés nacional. Eso es torpe, falso e inconducente. Impide el diálogo. Son personas que reclamaban con derecho garantías que sentían no estaban presentes. Defendían su modo de vida, sus tierras, no tenían confianza ni en la empresa ni en el Estado, por lo tanto se oponían al proyecto. En vez de producir un diagnóstico más objetivo de la situación se empieza con esta proyección de fantasmas. Por un lado se habla de antimineros y por otro de un gobierno esencialmente vendido a la minería, al extractivismo. Estas visiones tan excluyentes, tan poco abiertas, hacen muy complicado el diálogo. Hay una protesta sin propuesta. Todas estas personas que están contra la minería son las que luego reclaman aumento contra los médicos y profesores, ¿pero de dónde se sacará el dinero?
En 2012 usted presentó su libro “Profetas del odio” en la Universidad Católica y aparecieron varios chicos del Movadef a armar escándalo. Algunos atribuyen el inicio del terrorismo con el fanatismo de ciertas personas. ¿Ve usted una situación parecida en la actualidad?
Me parece que estamos muy lejos de eso. El fanatismo vendría a ser una especie de simplificación de la personalidad en la cual el individuo rechaza su libertad en función de adquirir seguridad. Es por ello que el fanático tiende a inmolarse. En el caso de Sendero Luminoso había estas ganas de luchar que los llevaba a enfrentamientos suicidas. Actualmente creo que tenemos el fanatismo del emprendedor, de la persona que quiere triunfar económicamente a como dé lugar. Aunque claro, es mucho menos peligroso y no tiene las consecuencias del fanatismo político religioso que tenía Sendero y que hoy podemos encontrar en el Estado Islámico, por ejemplo.
Teniendo en cuenta a los intelectuales que aparece en su libro, ¿qué considera que diferencia a un verdadero intelectual con un simple analista o lo que hoy conocemos como un ‘opinólogo’?
El opinólogo viene a reciclar lugares comunes, repite lo que la gente piensa. No hay un esfuerzo por tratar de elevarse y ver más lejos. Simplemente está rearmando estereotipos. Considero que se piensa cuando uno se enfrenta al sentido común, cuando uno dice “esto que piensa todo el mundo, en realidad no es tan cierto”. La labor del intelectual es producir una conciencia pública que sea más acorde a la realidad y que permita a una sociedad actúe sobre sí misma de una manera más eficaz. Muchos de estos opinólogos son personas que repiten siempre lo mismo y no ayudan a que la sociedad peruana se enfrente de una manera más realista a sus problemas.

Fuente

lunes, 1 de junio de 2015

Hugo Neira: “Los peruanos nos detestamos profundamente”



(César Fajardo)

(Foto: César Fajardo)
 
La categorización de izquierda y derecha es de valor planetario. no significa que quienes se llamen de izquierda sean fuertes en un sistema político y los de derecha también. La prueba está en el Perú
Hugo Neira nos habla de las situaciones que atraviesan la izquierda y la derecha en nuestro país, a las que considera “débiles”. Presenta un panorama sobre el contexto político y social del Perú actual.
Para muchos hoy en día hablar de izquierda y derecha es anacrónico, la modernidad no calza en un sistema dual. Para otros, facilita la comprensión de paradigmas. ¿Cuál es tu opinión sobre el uso de izquierda y derecha?
Es extraño porque la categorización de izquierda y derecha es de valor planetario. No significa que quienes se llamen de izquierda sean fuertes en un sistema político y los de derecha también, la prueba está en el Perú. Sabemos que la izquierda es extremadamente débil en este momento, tanto que recurre a candidatos que no son suyos, como el caso del Presidente Humala. La derecha no se declara derecha, no hay un partido liberal ni uno conservador. Hay que salir de una visión de peruanizar el mundo. ¿Por qué querríamos jugar a ser más modernos que los modernos?
¿Existe una derecha liberal o una izquierda liberal?
No la hay. La pregunta debería ser otra. Yo he conocido liberales en el Perú, Raúl Porras era uno de ellos, pero no había partidos liberales en el Perú. ¿Por qué no? Porque estamos viviendo una situación excepcional y extraña. Para tener una izquierda democrática, como la chilena o española, se necesita una sociedad ordenada con clases sociales que necesiten representación. Esta no es la situación peruana. ¿Por qué una izquierda no puede ser izquierda en el Perú? ¿Cómo va a serlo si la gran masa de personas pobres o clases emergentes están en las PYME? Dos millones de personas que trabajan en las PYME y que pertenecen a ese vasto sector de informales con mucho éxito.
…que viven en un sistema más capitalista que colectivista o sindicalista, que es lo que quisiera la izquierda.
Puedes estar en un sistema capitalista y ser de izquierda como los sindicatos de las fuerzas en Europa, los que están detrás de la social democracia. ¿Por qué no se puede en el Perú? Porque el sistema de trabajo los divide de tal manera que no puedes decir que hay una clase social de PYMES. No tienes una estructura clasista a quién representar. ¿Cómo vas a ir con una idea de izquierda heredera de Marx o de Proudhon
que decía que la propiedad es un robo
a quienes quieren propiedad? ¡A quienes quieren ascenso social a través del mercado y sus propios beneficios! Hay una masa atomizada de fuerzas sociales que es extremadamente difícil de entender desde el punto de vista electoral y clasista.
O sea, ¿la izquierda le sigue hablando al agricultor, al obrero, al sindicalista cuando el Perú hoy día es uno más de productores, de empresarios y propietarios?
Yo participé en el gobierno de Velasco. Cuando hicimos la reforma agraria pensábamos que los campesinos iban a administrar a través de cooperativas. Lo que hicieron es –y tienen una lógica social a la cual me inclino- después de la reforma agraria, en el Valle de Anta, por la acción de vanguardia revolucionaria, invadieron después que ya no había propietarios las entidades cooperativas, se lotizaron la tierra y aparecieron pequeños propietarios. Es probable que tuvieran razón, el campesino siempre prefiere tener su propiedad que trabajar cooperativamente.
Es lo que pasó en China, en 1978 con Deng Xiao Ping cuando aparecen campesinos que decidieron, contra la ley, emprender unidades de propiedad individuales.
Claro. Yo creo que es muy difícil para ellos (NdE: para la izquierda) porque las clases sociales no se han estructurado por la velocidad del mercado. Forman grupos completamente independientes y autónomos, donde además se crean rivalidades, porque un pequeño empresario es rival del otro, lo que va en contra de todo principio de clase. Al no haberse industrializado el país, al haberse convertido en un país de pequeños burgueses, hay un gran desorden porque en cada sitio del Perú, estos grupos sociales prefieren las marchas, la presión, el tomar las carreteras. Tienen personajes políticos que Carlos Meléndez describió muy bien como “brockers”, intermediarios que reemplazan a los políticos…
O sea, para bien o para mal, el Perú se ha convertido en un país de acción y pensamiento individualista.
Individual y grupal, lo que yo llamo anomia de descomposición. No puedo decir que esté mal. Funciona así y tiene una propia lógica.
¿Y la derecha?
En todas partes, la derecha defiende no sólo a grupos dominantes sino también a las clases medias, pero las nuestras son débiles. Una derecha tiene razón en ser prudente, en tener una política reservada de las cosas, no soñar en grandes reformas sino administrar lo que hay. Pero, si no tenemos una sociedad estructurada en clases –que podría venir por el empleo o la educación–, la derecha tampoco tendrá aliados en las clases medias o bajas. El resultado es que tampoco serán populares. Con todo mi respeto, conozco a personas en el PPC y muy pequeño. ¿Por qué? Porque faltan clases medias anchas. Si las tuviéramos seríamos un país con tendencia social demócrata.
De ahí que la principal ideología de la política peruana sea el pragmatismo.
Claro, mientras no quede otra. El problema con eso es ¿quién te representa? Las carreras políticas son cortas. Los personajes que aparecen son de poco tiempo y si es así, tienes la tentación de robar, aprovechar el puesto porque no va a quedar mucho tiempo para ser congresista, por ejemplo. Se crea una situación de corto plazo que hace daño a todos.
¿Cuál sería la izquierda que debe tener el Perú?
La de Chile, España o Francia. Una izquierda democrática.
Pero hoy la izquierda, en su gran mayoría, es democrática: participa de elecciones, no plantean la toma del poder por las armas…
¿Sí? ¿Era democrático apostar por alguien que en el 2006 era un chavista con un programa que hubiera sido autoritario?
En mi opinión no, pero en el Perú, el oportunismo es tanto de izquierda como de derecha...
Si tuviéramos que pensar en qué momento la izquierda comenzó a perder fuerzas después de Barrantes, fue cuando el compromiso con la democracia no se hizo a fondo. No lo critico. Yo también pensé durante un lapso muy largo de vida que no era necesaria la democracia. Lo reconozco. Me reconvertí cuando vi la transición española. Incluso en los años 80, la izquierda decía con Diez Canseco que la democracia servía para la acumulación de fuerzas. ¿Cómo? El sueño de la toma de poder seguía ahí. ¿Qué es eso de acumulación de fuerzas? La democracia no es ninguna acumulación de nadie, ni de derecha ni de izquierda.
¿Y qué tipo de derecha te gustaría ver en el Perú?
La colombiana. Muy culta e inteligente. Pese al tremendo reto que ha sido las FARC, no hubo golpe de Estado. Me hubiera gustado saber qué país del mundo europeo soportaba los ataques de las FARC durante 40 años. Han matado gente a propósito para provocar un golpe de estado y no ha habido. Colombia es admirable.
Hablaste de España; ahí la transición fue posible porque hubo comunicación entre los diversos sectores (que años antes se habían estado matando a balazos), pudieron crear consensos. Estamos en el 2015 y, cuando uno mira el ambiente político, académico e intelectual en el Perú, hay un debate feroz, una guerra sangrienta en donde las posibilidades de lograr un consenso (para hacer, por ejemplo, reformas institucionales) parece más que lejano, imposible. ¿Es correcta esta reflexión? ¿A qué se debe?
Sí. Comencemos por España. Aunque parezca obvio, ahí había la conciencia de que eran españoles. Sabían que era un país de una muy vieja civilización y que unos a otros les daba vergüenza que España fuera el turco de Europa. Eso sentía Carrillo (el secretario general del partido comunista que ha vivido toda su vida en la Unión Soviética), el rey Juan Carlos o Felipe Gonzáles (que era socialista). Tenían vergüenza y básicamente la idea era: nunca más volvemos a enfrentarnos en una guerra civil. Le llamaron “enterrar el hacha de la guerra”. Cualquier pacto era posible para salir de eso, que era un paréntesis. Cuando Carrillo llega a Madrid una entrevistadora le pregunta: “Don Santiago, ¿regresa a España para establecer la dictadura del proletariado?” y Santiago le responde: “¿Dictadura? Ni la del proletariado”.
Lo que estaba claro era que no querían volver a hacer eso (NdE: a una dictadura). El segundo elemento era que –un tanto cínico- hubo un pacto para no pasar revista a ministros, a hombres fuertes del Franquismo. Enterraron al franquismo y los 12mil presos injustos que tuvo Franco salieron en libertad. No se tomaron casi cuentas. Hicieron algo más inteligente. Enviaron al búnker –jueces, militares y un poco después, a la universidad– a su casa. A los 40, 45 años comenzaron a jubilarlos. No hubo un preso o juicio, como en el que nos hemos enredado en Chile, Argentina y Perú hasta el día de hoy. El pueblo lo entendía. Aunque era muy incómodo, había que reconocer que el pueblo había querido mucho a Franco y habían salido de la pobreza, había habido un desarrollo económico bajo Franco sobre todo los últimos 15 años. ¿Cómo negarle eso? Industrializó, señalaron los sitios donde tenía que hacerse la inversión…
¿Por qué un pacto así no se puede replicar aquí?
Porque todavía no somos suficientemente patriotas. No hemos construido una nación y no pasamos el interés general de la patria –aunque parezca tonto- por encima de los intereses particulares.
Con la atomización de los intereses y la forma cómo está estructurado el sistema político electoral, esto solo puede ir para peor.
¿Qué tienen en común los peruanos? ¿Han hecho servicio militar juntos? No. ¿Pagan impuesto todos? No. ¿Tienen el mismo tipo de escuela? No. ¿Qué hace que seamos una nación? No la hay. Cuando la hay se construye por el impuesto, la educación, la gente cede sus intereses a pensar en el país. Acá no pasa eso. Nos detestamos profundamente. Hay odios feroces gratuitos. Entonces, la nación se construye a largo plazo. Que haya colegios públicos y privados, eso pasa en todas partes. Que tengan los mismos cursos no nos pasa ahora. Están formando un cierto ciudadano. Sartori dice que la democracia es el mejor sistema a condición que el ciudadano sea uno informado y consciente. ¿Cómo va a serlo si no le han enseñado a leer y tenemos una masa enorme de iletrados que no saben leer y escribir, y jamás leen un libro?
Para algunos analistas –pienso en Alberto Vergara– el modelo económico “neoliberal” –si se quiere llamar así- ha estado a las expectativas de su oferta, ha cumplido su promesa. Sin embargo, el modelo de “izquierda”, del estado fuerte que provee servicios, ha fracasado estrepitosamente. ¿Es una clave del por qué la alta informalidad y dispersión entre los ciudadanos, en no poder conformar una nación?
Claro. La nación es una posibilidad necesaria a mediano plazo. Creo que estamos pasando por una situación extremadamente grave porque se están juntando varias crisis. Una crisis de régimen, una institucional y una social. Es mucho. Digo “crisis de régimen”, y no de gobierno, porque el tema de Belaúnde Lossio y otros más hacen que la popularidad del Presidente Humala sea muy baja. Con ese descrédito, ya no se le puede creer.

Eso ocurrió también con Toledo y García…
Se ha ido desacreditando no sólo a quien está de presidente, sino a la figura presidencial. Existe una sensación de pérdida de la credibilidad (de la figura presidencial) al punto que a la gente no le interesa quién va a ganar en el 2016. Cada uno va a seguir haciendo lo suyo. Por otro lado, la crisis institucional. Y esto es más grave que Sendero, me refiero al ingreso de las mafias. Comenzó en el norte y no se hizo nada.
Y el Poder Judicial, la Fiscalía, la Procuraduría, las instituciones no funcionan…
Imagínate. Hacen un concurso para la PNP y tienen que rechazar a veinte personas porque tenían antecedentes delincuenciales. Es decir, han entrado al aparato judicial, policial, político, parlamentario, hay leyes que se dan –como esa de la policía para que no trabaje todo el tiempo- que están hechas por abogados de la mafia. Estamos siendo copados desde arriba y abajo. Además, la crisis social es tremenda. El mayor problema que no puedo perdonar es, ¿cómo hizo el Perú un suicidio pedagógico? ¿Cómo pudieron retirar cursos de los colegios nacionales –no de los privados que no se han dejado– de historia, geografía, física y química en los años noventa? Por una situación de emergencia, sí. Cuando Fujimori llega al poder se encuentra con que el país estaba como lo había dejado García, el peor gobierno que hubo fue el suyo (aunque hizo un estupendo gobierno en la segunda vez). Una medida de restricción fue reducir las horas de clase a solamente las mañanas. Pero, ¿por qué sacaron cursos? Al hacerlo, yo sostengo que en nuestro país la educación secundaria no existe. Ha salido una cantidad de gente sin formación para nada. Ni pueden entrar a la universidad ni tienen carreras propias. El Banco Mundial dice que de diez jóvenes, siete ni estudia ni trabaja. Tres estudian, dos de ellos trabajan y estudian y uno estudia. ¿Cómo no nos va a sorprender que aparezcan mafias con jóvenes?
Dentro del actual panorama político, ¿sientes que hay alguna oportunidad de salir de la crisis con esta clase política?
En la coyuntura hay tres candidatos que serían los formales, que dejarían de improvisar: PPK, García y Keiko. Me da igual quien gane. Soy amigo de García, pero cualquier de ellos haría un gobierno en el que se trataría de hacer reformas y no saldríamos de la economía neoliberal.
Más de lo mismo…
¿Y por qué no? Si está funcionando. Pero hay un problema. Si esta economía liberal continúa con la mala educación estamos formando los soldados de la mafia, legiones de muchachos que no saben qué hacer con la vida.
Y peor que eso, no hay ninguna intención de reformas institucionales tampoco…
Claro. Si dentro de las tres posibilidades, gana uno de ellos, o bien continúa como hasta ahora –en el mejor de los mundos- o bien hace reformas, o bien aparece un outsider.
¿Ves posibilidades de un outsider?
No ahora, pero si esto continúa al 2016, cualquier cosa puede ser posible.
¿En estas elecciones no ves las posibilidades de un candidato, por ejemplo, de extrema izquierda que capture ese veinte porciento de peruanos que están hartos de todo?
Tengo la intuición de que Sendero le hizo un gran daño a la izquierda. Al punto que aquella izquierda que no tomó las armas y no mató a nadie, cuando le dices a alguien del pueblo: “izquierda”, te dice “terruco”.
¿Cómo calificarías ideológicamente a Keiko?
Derecha popular.
¿Sientes que el fujimorismo hoy en día está integrado en el sistema democrático? Te lo digo porque para muchos, como MVLL, hay que ponerle una muralla china porque no se han reformado…
Creo que hay una vieja guardia –Martha Chávez sigue ahí– que piensa en lo mucho que han hecho y no quiere reconocer lo mucho mal que han hecho también. Es un ala autoritaria. Sin embargo, a su vez, Keiko se da sus vueltas por provincia, tiene contactos con jóvenes y puede representar otra tendencia sin preocuparse de esas corrientes policiacas. ¿Por qué tendría que ser el fujimorismo un gobierno centralista con militares si no hay sendero?
¿No crees entonces en la posibilidad de una Keiko presidenta regresando a las épocas de Montesinos?
Para nada. Es una muchacha peruana educada en Estados Unidos. No tiene por qué repetir lo del padre. Yo le preguntaría a MVLL, si las herencias son tan fuertes ¿por qué es tan amigo del Rey Juan Carlos? Quien era una hechura de Franco. Puede que Keiko haga la desfujimorización del fujimorismo.
PPK está segundo con alrededor de 15%. Para muchos es la esperanza de, ya no una continuidad, sino de hacer reformas. ¿Lo ves así?
Yo creo que sí, y por una razón: es un hombre liberal (en el sentido de reconocer la existencia del otro). Podría llamar gente muy diversa. Incluso sectores de izquierda no tienen ningún empacho en eso. Es un pragmático, es muy competente, ha sido prácticamente el presidente económico que le hizo las cosas a Toledo. Sin embargo, por motivos distintos, Keiko tendría más cercanía al pueblo, mientras PPK a las elites. No haría un mal gobierno.
Alan García está tercero con cerca del 10%. ¿Cómo verías un tercer gobierno?
Primero quisiera saber si se va a presentar, porque tengo mis dudas. Si él ve que no puede entrar ni siquiera a segunda vuelta, no se presenta. Si llega a segunda vuelta, sería mucho pedir, porque todos los escándalos que ha habido le manchan la pechera. Pero por ser su tercer y último gobierno, podría ser capaz de hacer las grandes reformas que se necesitan. Tocar el sector judicial, la policía, los sistemas carcelarios. ¿Quién se va a atrever a tomar las medidas impopulares que introduzcan el orden al estado de derecho? Solamente una persona que ya no tenga nada más que aspirar.
Sin tomar en consideración si son de izquierdas o derechas, ¿cuáles serían las tres grandes reformas que te gustaría ver en el Perú?
La primera, la administración de justicia (poder judicial y policial). La segunda, la educación en masa. Volver a la educación secundaria con buenos cursos; y la tercera, darle más democracia a las representaciones regionales. Yo le he preguntado a mis alumnos bolivianos, ¿por qué no hay antimineros en Bolivia? No es por la represión. ¿Bolivia es un país más campesino que el Perú? Sí. ¿Las masas campesinas están al borde de la ciudad? Sí. Y sin embargo, todo el país está catastrado de trabajos mineros. ¿Por qué no hay conflictos? Primero porque el gobierno es fuerte. Evo intervino y cambió la relación con las empresas. Del 83% que la empresa se llevaba de las ganancias de las minas y 17% que iba para el Estado, pasó a 17% para la empresa y 83% al Estado. Protestaron, se fueron, y regresaron. La vinculación –lo que se llamaría el canon- de los ingresos va directo a los alcaldes, a las comunidades, a los barrios. ¿Cómo van a protestar si están incluidos? No es sólo una inclusión social, sino política. Tenemos que armonizar el poder con la base. Fíjate los antecedentes del Perú. Cuando Belaunde llega, inventa Cooperación Popular. ¿Cómo se relacionaba el APRA de Haya de la Torre? Había el Buró de Conjunciones. Cuando nosotros estuvimos con los militares, inventamos el SINAMOS. Fujimori tomaba el helicóptero. Hoy no hay nada que vincule. Tiene que haber algo que sustituya al partido. El partido es un aparato que lleva información de gobierno y recoge información también con lealtad. Es un canal que hoy no hay. Hay que remodelar por completo la institucionalidad de los gobiernos regionales.
¿Cuál es tu balance del gobierno de Ollanta Humala?
Él ha continuado la economía como ha podido. Hay que ser justos: le ha tocado una época más difícil desde el punto de vista de cobertura internacional. Hasta el momento es un demócrata. No ha habido intención de quedarse a hacer un golpe de estado. Tampoco sabemos que haya presión sobre los medios. Aunque hay muchas cosas que no ha hecho, no se ha comunicado, ha creado una gran desilusión –ya son varias que se acumulan, la del aprismo, Fujimori–. Si hay elecciones sin interrupción, porque yo no lo creo hasta que no pase…
¿Consideras que tiene un ánimo anti-democrático? ¿Representa aún un riesgo?
Puede tener una lógica bastante justificada por nuestras manías persecutorias.
Hacernos vivir bajo esa amenaza le ha funcionado, mal que bien, en estos cuatro años.
Bien, no. Ha funcionado.
¿Consideras que todavía estamos en riesgo hasta 28 de julio de 2016?
Sí, porque además hay una situación nacional en que la gente está pidiendo a gritos mano dura. Una señal muy mala sería que Cateriano –que resulta un gran político– se fuera. Es un demócrata y un hombre de confianza. Creo que el peso de Vargas Llosa hace que esté ahí. Yo haría un pacto político para que el Presidente Humala se retire, diciéndole que no va a haber persecución… porque francamente, esta costumbre de perseguir al que ha gobernado es como para no irse.

sábado, 30 de mayo de 2015

“El catolicismo ha muerto y es su fantasma el que habita en la izquierda”


Su último ensayo, ¿Quién es Charlie? Sociología de una crisis religiosa, publicado en Francia a principios de mayo, ha dividido a la sociedad francesa en una viva polémica. Emmanuel Todd (Saint-Germain-en-Laye, Francia, 1951) identifica el movimiento oficial y burgués que marchó bajo el lema “Je suis Charlie” con la Francia oficial, dominada por lo que él bautizó hace tiempo como el “catolicismo zombi” del que François Hollande es el máximo exponente: socialista, hijo de familia católica descristianizada recientemente y de modelo troncal (tradición del heredero único) y, por tanto, no igualitaria y autoritaria. Francia y Europa, que glorificaron la moneda única, viven una crisis religiosa, asegura Todd, cuyas conclusiones desatan pasiones: el laicismo radical es la nueva amenaza a la libertad de creencia, y el sistema político galo de hoy se parece demasiado al Gobierno de Vichy, títere de Berlín. Desde que Todd predijo en 1976 la descomposición de la Unión Soviética, sus obras rara vez han dejado indiferente. ¿Quién es Charlie? ha desencadenado la tormenta.
PREGUNTA. Un conocido le dijo que después de publicar este libro se quedaría sin amigos. ¿Ha sido así?
RESPUESTA. No. Ha sido justamente lo contrario. Una parte de la prensa me insulta gratuitamente, pero otra me ha tratado muy bien. Honestamente, la lista de los que me han atacado es maravillosa porque la forman aquellos a los que nunca he tomado en serio. En cuanto a los correos electrónicos que he recibido, solo el 3% dicen estar en desacuerdo. El debate ha sido acalorado, es verdad, pero porque los franceses somos apasionados y excesivos, pero mi caso ha demostrado que nuestra cultura liberal está muy viva.
P. Es sorprendente que incluso el primer ministro, Manuel Valls, haya publicado un artículo para rebatirle; bien es verdad que usted no se ha ahorrado opiniones duras, como la de que el Partido Socialista es “objetivamente xenófobo”.
R. Yo no entiendo por qué Valls hace publicidad a mi libro porque quien lo lea, si es de izquierdas, no volverá a votar al socialismo en su vida. Mi análisis del PS es cruel, pero permite explicar muchas cosas, como, por ejemplo, por qué Francia mantiene una política económica tan dura. El PS tiene la huella del catolicismo zombi. El catolicismo ha muerto y es su fantasma el que habita en la izquierda. Eso es lo que molesta. Porque es verdad.
P. El desencuentro es enorme. Mientras Valls asegura que la caricatura, como la de Mahoma, ha jugado siempre un papel esencial en la construcción de la opinión pública, usted dice que es una incitación al odio religioso.
R. El corazón del proceso liberal-democrático es la alfabetización; no la caricatura. Es una idea loca creer que, por su propia naturaleza, la caricatura está bien ideológicamente. Las caricaturas antisemitas en Alemania precedieron al nazismo. En la Francia posterior a 1968 fue muy importante el cómic, no la caricatura, y ahí se inscribía Charlie Hebdo. El nuevo Charlie no está en la tradición cultural francesa y es islamófobo, cosa que defiendo desde antes de los atentados. El derecho a caricaturizar y a blasfemar es sagrado, pero también debe existir el derecho a decir que no vale para nada. Me acusan de complicidad con el terrorismo por decir esto.
P. La defensa de Charlie como sinónimo de la libertad y de la República Francesa está, sin embargo, muy extendida.
R. Mire, estoy muy contento de poder hablar con la prensa italiana y española para poder desvelar a nuestros socios del Sur el misterio de la Francia de hoy [se ríe]: por qué Francia apoya a Alemania para que tenga a Europa bajo su bota. Porque Alemania nunca hubiera podido imponer su política de austeridad sin el acuerdo francés. Lo que dice mi libro es que hay dos Francias. Una es la Francia liberal e igualitaria (dos tercios del país). Está en el corazón de la cuenca de París, con estructura familiar liberal e igualitaria y que (ya sé que es sorprendente) se asemeja mucho a Andalucía y la nueva Castilla, donde está el corazón liberal y un poco anarquista de España. Tolerante y descristianizada. Y esa es la Francia de la Revolución y el laicismo. Pero hay otra Francia, la periférica (al oeste de los Pirineos, el sur y el este de la región central, el Ródano, Lorena, Alsacia…). Ahí la estructura familiar es troncal, al igual que todo el arco del norte de España entre Cataluña y Galicia. En esta otra Francia, católica hasta hace 50 años, antirrevolucionaria, monárquica, antisemita y vichista. Ahora domina esta última germanófila, autoritaria y amante del euro y la austeridad. Lo que yo pretendo es denunciar esa estafa.
P. Me parece que en el Sur estamos más inquietos a ese respecto con el Frente Nacional que no con la izquierda francesa.
R. El FN no es una amenaza para ustedes. Es horrible, sí. Pero la cuestión es que la inversión es completa. Nuestra situación es como si el FN dominara Andalucía o que el PSOE fuera fuerte en Castilla y León, base histórica del franquismo.
P. ¿Es la laicidad la nueva religión de Europa?
R. Creo que tanta reivindicación de la laicidad demuestra que atravesamos una crisis metafísica, religiosa. La reacción a los atentados de enero fue inmensa, lo que sobrerrepresentó el fenómeno terrorista. Pero el problema no es el islam, sino la crisis terminal del catolicismo. Francia vive en la ilusión de que es racional y moderna, que progresa en libertad y valores positivos (emancipación de la mujer, matrimonio homosexual…), pero detrás de toda esa satisfacción hay una angustia subterránea porque por primera vez la humanidad vive sin ninguna creencia metafísica.
P. ¿Acaso la religión es una necesidad intrínseca del ser humano?
R. La gente no puede vivir sin una creencia colectiva. El individuo es otra cosa. El neoliberalismo es para mí una concepción religiosa sobre el mercado absoluto. El fracaso económico, el fracaso del mercado y del euro ha producido una crisis metafísica. Hemos elegido el islam como objetivo de todos nuestros males. Eso nos permite comprender esa movilización increíble, de fe colectiva…
P. En su libro critica duramente el “laicismo radical”.
R. El laicismo radical no es laicidad. Cuando yo era niño, en la escuela laica había capellanes católicos y los viernes se comía pescado aunque nadie supiera por qué. Era una escuela relajada respecto al hecho religioso. Porque la laicidad no es una creencia negativa. Es más bien indiferencia. La situación es hoy muy distinta y acusamos constantemente a los militantes del islam.
P. ¿Cuál es el corazón de Europa?
R. Es Alemania. No hace falta ser antropólogo para saberlo. Alemania en su estructura fundamental familiar es troncal y un tercio es católico, así que un tercio es católica zombi [recientemente descristianizado]. Esa parte es la que instintivamente defiende la austeridad, la autoridad y la disciplina. Yo diría que el catolicismo zombi es el fundamento ideológico de la eurozona.
P. Su idea de Europa es bien distinta al ideal eu­ropeo tradicional.
R. En toda sociedad occidental hay un Charlie durmiente que puede despertar en cualquier momento. La eurozona está paralizada. Vive una mezcla de crisis económica y religiosa porque el euro es el nuevo dios. En el vacío de creencias hay que inscribir también los movimientos secesionistas de Escocia y Cataluña. Es el intento de reconstruir la identidad en esa nación periférica. Hubo un sueño europeo, pero en 2015 tenemos ya la certeza absoluta de que el euro es un fracaso monstruoso, aunque sigue siendo, todavía, una religión. Continuamos haciendo sacrificios. Es una crisis religiosa en la crisis religiosa, y es en ese contexto en el que todas las clases medias francesas, cuatro millones, se movilizan [las manifestaciones en Francia reunieron a cuatro millones de personas el 11 de enero contra los atentados]. Es la angustia. Y lo peligroso es que esa gente hipermovilizada no está preparada todavía para abandonar el euro. Hay una gran obstinación en mantener esa religión monetaria y hay una gran islamofobia en esas clases medias movilizadas.
P. Tanto el islam como el judaísmo son religiones minoritarias con escaso poder en nuestras sociedades. ¿Dónde está la razón profunda de la islamofobia y el antisemitismo?
R. La posguerra europea, como la transición española, nos hicieron perder la noción de la historia. Estamos viviendo la continuidad. Mire, a mí me trastornó especialmente la matanza en el supermercado judío, el Hyper Cacher. Resistí la tentación tras las matanzas antisemitas anteriores. Esta es la primera vez que escribo un libro en tanto que judío. Porque es verdad que hay antisemitismo en los barrios y, sobre todo, en los medios islamistas, pero soy historiador y sé que el único continente que ha masacrado a los judíos es Europa. Jamás ha habido algo parecido en el mundo árabe. En mi libro trato de demostrar esa interacción perversa entre la islamofobia y el antisemitismo. Más islamofobia traerá más antisemitismo. Es una trampa de la neo-República, en la que los débiles luchan unos contra otros. El catolicismo zombi en el poder desciende de los antisemitas.
P. Sobre ello debo decir que ha sido llamativo observar cómo el ataque a Charlie ha dejado siempre en segundo plano ese crimen antisemita del Hyper Cacher.
R. Levantar solo el estandarte de Charlie es lo que yo llamo el pecado original de Charlie.

Fuente

jueves, 28 de mayo de 2015

“Capital simbólico y clases sociales”: Pierre Bourdieu

Bourdieu, Pierre. Es uno de los principales sociólogos y antropólogos contemporáneos, autor entre otros muchos de libros como El oficio del sociólogo (en colaboración con J.C Chamboredon y J:C Passeron), La distinción, El sentido práctico, La reproducción. Elementos para una teoría de la enseñanza, etc. Director de la revista Actes de la recherche en sciences sociales y de numerosos trabajos colectivos de investigación, como el publicado bajo el título La misère du monde, así como de incisivas denuncias contra las manipulaciones mediáticas, se destaca también por su militante solidaridad con las luchas de los trabajadores y, más recientemente, ante la guerra en los Balkanes, por una clara postura de condena tanto a la agresión de la NATO como la “limpieza étnica” lanzada contra los kosovares por el régimen de Milosevic.

Introducción
 
En esta breve pero densa pieza, escrita para un número especial del journal L’Arc dedicado al historiador medieval Georges Duby (cuya gigantesca obra Bourdieu admiraba y se basaba por su escrupulosa genealogía de la estructura mental y social de la tríada feudal de caballero, cura y campesino[1]), Bourdieu resume y clarifica la tesis central de La distinción en el momento en que estaba completando su libro. Este artículo es valorable por (1) exponer directamente la concepción de Bourdieu de la “doble objetividad” del mundo social y resaltar la constitución recursiva de estructuras sociales y mentales; (2) acentuar la capacidad performativa de las formas simbólicas y sus múltiples niveles de implicación en luchas sociales sobre y a través de las divisiones sociales; (3) sugerir paralelismos seductores y diferencias obstinadas entre el “estructuralismo genético” de Bourdieu y tanto la visión literaria de Marcel Proust como la microsociología marginalista de Erving Goffman –dos de sus favoritos “pares antagonistas”. En resumen,  este artículo ilumina cómo Bourdieu mezcló el materialismo sensual de Marx, las enseñanzas sobre clasificación de Durkheim (extendidas por Cassirer), y las ideas de Weber sobre jerarquías de honor en un modelo sociológico de clase totalmente propio.
 
Loïc Wacquant
Noviembre de 2012
 
Ser noble es desaprovechar; es una obligación de aparecer; es estar sentenciado, bajo pena de degradación, al lujo y al gasto. Incluso hasta diría que esta tendencia a la prodigalidad se afirmó a sí misma a comienzos del siglo XIII como una reacción al ascenso social de los nuevos ricos. Para distinguirte de los canallas, debes desclasarlos mostrando que eres más generoso que ellos. El testimonio de la literatura es conclusivo en este punto: ¿qué opone al caballero del advenedizo? El último es tacaño, mientras que el primero es noble porque gasta todo lo que tiene, alegremente, y porque se está ahogando en deuda.
Georges Duby, Hommes et structures du Moyen Âge, 1973.
Cualquier emprendimiento científico de clasificación debe tener en cuenta el hecho de que los agentes sociales aparecen objetivamente caracterizados por dos órdenes diferentes de propiedades: por un lado, por propiedades materiales que, empezando con el cuerpo, pueden ser numeradas y medidas como cualquier otro objeto del mundo físico; y, por el otro lado, por propiedades simbólicas que están fijadas a través de una relación con sujetos capaces de percibirlas y evaluarlas y que demandan ser aprovechadas de acuerdo con su lógica específica. Esto implica que la realidad social es apta para dos lecturas diferentes: por un lado, aquellos que se arman con un uso objetivista de estadísticas para establecer distribuciones (en el sentido estadístico y también económico), esto es, expresiones cuantificadas de la asignación de una cantidad definida de energía social, captadas a través de “indicadores objetivos” (es decir, propiedades materiales), entre un gran número de individuos competitivos; y, por otro lado, aquellos que se esfuerzan para descifrar significados y descubrir las operaciones cognitivas a través de las cuales los agentes las producen y descifran.

El primer enfoque intenta capturar una “realidad” objetiva casi inaccesible para la experiencia común y para traer a la luz “leyes”, esto es, relaciones significantes –significantes en el sentido de no-aleatorias– entre distribuciones. El segundo enfoque no toma como su objeto la “realidad” misma, sino las representaciones que los agentes forman de ella y de la completa “realidad” de un mundo social concebido, a la manera de los filósofos idealistas, como “deseo y representación”. El primero, que reconoce la existencia de una “realidad” social “independiente de la consciencia individual y el deseo”,  lógicamente basado en construcciones de la ciencia sobre un quiebre con representaciones mundanas del mundo social (las “pre-nociones” durkheimianas). El último, que reduce la realidad social a la representación que los agentes tienen de ella, lógicamente toma como su objeto el conocimiento primario del mundo social[2]: un mero account of accounts, como lo expresa Garfinkel, esta “ciencia” que toma como su objeto otra “ciencia”, la que los agentes sociales utilizan en su práctica, no puede más que documentar datos de un mundo social que, al final del análisis, sería nada más que el producto de la mente, esto es, estructuras lingüísticas.
En contraposición con los físicos sociales, la ciencia social no puede ser reducida a un registro de las (usualmente continuas) distribuciones de indicadores materiales de las diferentes especies de capital. Sin siquiera caer en un account of accounts, debe integrar en el  conocimiento (académico) del objeto el conocimiento (práctico) que los agentes (los objetos) tienen del objeto. Dicho de otra manera, debe brindar el conocimiento (académico) de la escasez y el conocimiento práctico que los agentes adquieren en la competencia por bienes escasos produciendo divisiones individuales o colectivas que no son menos objetivas que las distribuciones establecidas por las hojas de balance de los físicos sociales.

El problema de la clase social ofrece una oportunidad especialmente propicia para aprehender la oposición entre estas dos perspectivas. De hecho, el aparente antagonismo entre aquellos que buscan probar la existencia de clases y quienes desean negarla; de ese modo revelan concretamente que en las clasificaciones se juega una lucha, esconde una oposición más importante sobre la teoría del conocimiento del mundo social. Los primeros, que, para satisfacer sus propósitos, se aferran al punto de vista de la física social, buscan construir clases sociales sólo como construcciones heurísticas o categorías estadísticas arbitrariamente impuestas por el investigador que así introduce discontinuidad en una realidad continua. Los últimos, buscan fundamentar la existencia de clases sociales en la experiencia de los agentes: procuran establecer que los agentes reconocen la existencia de clases diferenciadas de acuerdo a su prestigio, que pueden asignar individuos a estas clases basadas en un criterio más o menos explícito, y que estos individuos se piensan a sí mismos como miembros de clases.

La oposición entre la teoría Marxista, en la forma estrictamente objetivista que asume frecuentemente, y la teoría Weberiana que distingue entre clases sociales y grupos de status [Stand], definidos como tales por aquellas propiedades simbólicas que conforman el estilo de vida, constituye a su vez otra forma, meramente ficticia, de esta alternativa entre objetivismo y subjetivismo: por definición, los estilos de vida realizan su función de distinción sólo para los sujetos inclinados a reconocerse como tales y la teoría Weberiana de los grupos de status es muy cercana a todas aquellas teorías subjetivistas de clases, tales como la de Warner, que incluye estilos de vida y representaciones subjetivas en la constitución de las divisiones sociales.[3] Pero el mérito de Max Weber reside en el hecho que, lejos de presentarlas como mutuamente excluyentes, como lo hacen la mayoría de sus comentaristas americanos y en particular sus epígonos, une estas dos concepciones opuestas, poniendo así la cuestión de la doble raíz de la división social, en la objetividad de las diferencias materiales y en la subjetividad de las representaciones. Sin embargo, le da a esta cuestión, y de esa manera la envuelve, una solución ingenuamente realista distinguiendo dos “tipos” de grupos que sólo son dos modos de existencia de cualquier grupo.

La teoría de las clases sociales debe, entonces, trascender la oposición entre teorías objetivistas que identifican clases (sea por sus propósitos de demostrar per absurdum que no existen) con grupos discretos, meras poblaciones que pueden ser numeradas y separadas por límites objetivamente inscriptos en la realidad, y teorías subjetivistas (o, si se prefiere, teorías marginalistas) que reducen el “orden social” a un tipo de clasificación colectiva obtenida por la agregación de clasificaciones individuales o, más precisamente, por las estrategias individuales, clasificadas y clasificantes, en las que los agentes se clasifican a ellos mismos y a otros.
El desafío propuesto por aquellos que utilizan el argumento de la continuidad de distribuciones para negar la existencia de las clases sociales es apuntado hacia aquellos que intentan tomarlo como una apuesta absurda y una estafa. En efecto, no deja opción más que confrontar indefinidamente los recuentos contradictorios de las clases sociales enumeradas en los trabajos de Marx o preguntar las estadísticas que resuelven esta inmensa parva de paradojas de nuevas formas de la paradoja de la “parva de granos” que trae a colocación[4], en la mismísima operación donde revela diferencias y nos permite rigurosamente medir su magnitud, borrando las barreras entre ricos y pobres, burguesía y pequeña burguesía, habitantes rurales y urbanos, jóvenes y viejos, residentes de los suburbios y del centro de la ciudad, y demás. Las trampas cierran despiadadamente sobre aquellos que, en el nombre del marxismo, proclaman hoy, con cara imperturbable, como resultado de la contabilización positivista, que la pequeña burguesía contabiliza “como máximo 4.311.000”. [5]

Los sociólogos de la continuidad, de los cuales la mayoría son “puramente teóricos” –en el mismísimo sentido común que ellos pronuncian no están basados en ninguna validación empírica– ganan en cada turno cambiando la carga de la prueba experimental a sus adversarios. Es suficiente entonces para refutarlos evocando a Pareto, cuya autoridad ellos comúnmente alegan:

uno no puede trazar una línea para separar de manera absoluta al rico del pobre, los propietarios de la tierra o el capital industrial de los trabajadores. Varios autores pretenden trazar desde este hecho la consecuencia que, en nuestra sociedad, uno no puede hablar significativamente de una clase capitalista, ni oponer la burguesía a los trabajadores (Pareto, 1972).

Esto equivale a decir, continúa Pareto, que no existen mayores porque no sabemos a qué edad, o en qué etapa de la vida, comienza la vejez.

Reduciendo el mundo social a la representación que algunos forman mediante  la representación que otros proveen o, más precisamente, a la agregación de representaciones (mentales) que cada agente se forma de las representaciones (teatrales) que otros le dan, se pasa por alto el hecho de que las clasificaciones subjetivas están basadas en la objetividad de una clasificación que no es reducible a la clasificación colectiva obtenida de resumir clasificaciones individuales: el “orden social” no está formado sobre la base de órdenes individuales, en el sentido de un voto o precio de mercado.[6]

La condición de clase que capturan las estadísticas sociales a través de diferentes indicadores materiales de la posición en la relación de producción o, más precisamente, de las capacidades para la apropiación material de instrumentos de producción material o cultural (capital económico) y de las capacidades para la apropiación simbólica de estos instrumentos (capital cultural), determina, directa o indirectamente, a través de la posición que reciben de clasificaciones colectivas, las representaciones que cada agente forma de su posición y sus estrategias de “presentación de sí mismo” (como dice Goffman), es decir, la escenificación de su posición que él mismo despliega. Esto puede ser mostrado incluso en el más desfavorable de los casos, tanto en el universo de la clase media americana, con sus múltiples y revueltas jerarquías descriptas por el interaccionismo simbólico, como en el imitado caso representado por el mundo del esnobismo y las ferias como describe Marcel Proust.[7]Estos universos sociales dedicados a estrategias de distinción y pretensión proveen una despareja aproximación al universo por las que el “orden social”, resultante de un tipo constante de creación, sería en cada momento el resultado provisional y continuamente revocable de una lucha de clase reducida a una lucha de clasificación, a una confrontación entre estrategias simbólicas intentando modificar posiciones manipulando las representaciones de posiciones, como aquellas que consisten, por ejemplo, en negar  distancias (pareciendo “simples”, haciéndose uno mismo “accesible”) para reconocerlas mejor o, por el contrario, para reconocerlas con ostentación para negarlas (como con una variante del juego de Schmiel descripto por Eric Berne). [8]

Este espacio Berkeliano, donde todas las diferencias podrían ser reducidas al pensamiento de diferencias, donde las únicas distancias serían aquellas que uno “toma” o “abraza”, es el sitio de las estrategias que siempre tiene como su principio la búsqueda de asimilación o desasimilación: pantomima, tratando de identificarse con grupos marcados como superiores porque se reputan como tal, o snob, peleando para distinguirse uno mismo de grupos identificados como inferiores (de acuerdo con la famosa definición, “un snob es una persona que desprecia a todo aquel que no lo desprecia”).  Forzar el camino de uno a través de puertas de grupos que están ubicados más alto, más “cerrados”, más “selectos”, para cerrar las propias puertas a más y más gente: ésta es la ley del mundo del “crédito”. El prestigio de una feria dependerá del rigor de sus exclusiones (uno no puede admitir dentro de su lugar a una persona de poca reputación sin perder la propia reputación) y de la “cualidad” de las personas invitadas, lo que es medido por la cualidad de las ferias que los invitan: los altibajos del mercado de acciones para los valores sociales, recordado por publicaciones socialistas, son medidas por estos dos criterios, esto es, por un universo de matices infinitesimales, que llaman a una mirada crítica. En un universo donde todo es clasificado, y por consiguiente clasificante –los lugares, por ejemplo, donde uno debiera ser visto como restaurantes de moda, competencia de salto a caballo, lecturas públicas, exhibiciones; los shows que uno debiera haber visto, Venecia, Florencia, Bayreuth, el ballet ruso; finalmente los lugares aislados como las ferias y clubes privados– un perfecto máster de clasificaciones (que los árbitros de la elegancia se apresuran a creer pasados de moda ni bien se convierten en lugares demasiado comunes) es indispensable obtener el mayor grito para las inversiones de la propia sociedad y, como mínimo, evitar ser identificado con grupos cuyos valores han caído. Somos clasificados por nuestros principios de clasificación: no son sólo Odette y Swann, quienes saben cómo nombrar el “nivel de chic” de una cena simplemente leyendo la lista de invitados, sino también  Charlus, Madame Verdurin, y el Primer Presidente en vacaciones en Balbec que tienen diferentes clasificaciones, que los clasifican al mismo momento que piensan que son clasificantes. Y esto ocurre infaliblemente porque nada varía más claramente con la posición de uno en las clasificaciones que la propia visión de las clasificaciones.

Sería peligroso, sin embargo, aceptar como es la visión del “mundo” que ofrece Proust, aquella del “pretendiente” que ve el “mundo” como un espacio a ser conquistado, en la manera de Madame Swann cuyas salidas siempre son expediciones riesgosas, comparadas en algún punto con la guerra colonial. Para el valor de individuos y grupos no es una función directa del trabajo de la alta sociedad de los snobs en el grado sugerido por Proust cuando escribe: “Nuestra personalidad social es una creación del pensamiento de los otros”.[9] El capital simbólico de aquellos que dominan la alta sociedad, Charlus, Bergotte o el Duque de Guermantes, no depende solamente de desdenes y denegaciones, de expresiones de “frescura” o ansias, de marcas de reconocimiento y testimoniales de descrédito, de muestras de respeto o desprecio, en resumen, del juego completo de juzgamiento recíproco. Es cuando la forma sublimada tomada por tan planas realidades objetivas como aquellas registradas por los físicos sociales, castillos o tierra, títulos de propiedad, de nobleza o de aprendizaje superior, que éstas son transfiguradas por la percepción encantada, mistificada y cómplice que define el esnobismo propiamente (o, en un nivel diferente, la pretensión de la pequeña burguesía). Las operaciones de clasificación se refieren no sólo a las claves de juicios colectivos, sino también a las posiciones en distribuciones que dicho juicio colectivo ya narra. Las clasificaciones tienden a abrazar las distribuciones, por lo tanto tienden a reproducirlas. El valor social, como crédito o descrédito, reputación o prestigio, respetabilidad u honorabilidad, no es el producto de las representaciones que los agentes realizan o forman, y el ser social no es meramente un ser-percibido.

Los grupos sociales, y en especial las clases sociales, existen dos veces, por así decirlo, y lo hacen previo a la intervención de la mirada científica misma: existen en la objetividad del primer orden, aquella que es registrada por la distribución de propiedades materiales; y existen en la objetividad de segundo orden, aquella de las clasificaciones contrastadas y las representaciones producidas por agentes sobre la base de un conocimiento práctico de estas distribuciones como las expresadas en los estilos de vida. Estos dos modos de existencia no son independientes, aun cuando las representaciones disfrutan de una autonomía definida con respecto a las distribuciones: la representación que los agentes forman de su posición en el espacio social (así como la representación de la misma que ellos construyen –en el sentido jerárquico, como en Goffman) es el producto de un sistema de esquemas de percepción y apreciación (habitus) que es él mismo el producto encarnado de una condición definida por una posición definida en distribuciones de propiedades materiales (objetividad I) y de capital simbólico (objetividad II), y que toma en cuenta no sólo las representaciones (que obedecen las mismas leyes) que otros tienen de esta posición y cuya agregación define al capital simbólico (comúnmente designado como prestigio, autoridad, etc.), sino también la posición en distribuciones simbólicamente retraducidas como estilo de vida.

Mientras se rehúsa a garantizar que las diferencias existen sólo porque los agentes creen o hacen creer a otros que existen, nosotros debemos admitir que las diferencias objetivas, inscriptas en propiedades materiales y en los beneficios diferenciales que proveen, son convertidas en distinciones reconocidas en y a través de representaciones que los agentes forman y realizan de ellas. Cualquier diferencia que sea reconocida, aceptada como legítima, funciona por el mismísimo hecho como un capital simbólico proveyendo una prueba de distinción. El capital simbólico, conjuntamente con las formas de prueba y poder que asegura, existe sólo en la relación entre propiedades distintas y distintivas, como el cuerpo adecuado, lenguaje, vestimenta, muebles interiores (cada uno de los cuales recibe su valor de su posición en el sistema de propiedades correspondientes, siendo este sistema referido objetivamente al sistema de posiciones en distribuciones), y los individuos o grupos dotados con esquemas de percepción y apreciación que los predispone a reconocer (en el doble sentido del término) estas propiedades, esto es, a constituirse en estilos expresivos, transformadas e irreconocibles formas de posiciones en relaciones de fuerza.

No hay una sola práctica de propiedad (en el sentido de objeto apropiado) característica de una manera particular de vida a la que no se le pueda dar un valor distintivo como una función de un principio de pertenencia socialmente determinado y por lo tanto expresa una posición social. La prueba es que el mismo aspecto “físico” o “moral”, por ejemplo, un cuerpo flaco o gordo, una piel oscura o clara, el consumo o rechazo de alcohol, pueden ser dados valores (posicionales) opuestos en la misma sociedad en diferentes épocas o en diferentes sociedades.[10] Para que una práctica o propiedad funcione como un signo de distinción, es suficiente que sea puesta en relación con una u otra práctica o propiedad entre aquellas que pueden ser prácticamente sustituidas por ella en un universo social dado, y por tanto que pueda ser ubicada nuevamente en el universo simbólico de prácticas y propiedades que, funcionando de acuerdo a la lógica específica de sistemas simbólicos, aquel de la brecha o distancia diferencial, retraduce diferencias económicas en marcas distintivas, signos de distinción, o estigma social. El símbolo de distinción, arbitrario como el signo lingüístico, recibe las determinaciones que lo hacen aparecer como necesario en la conciencia de agentes sólo desde su inserción en las relaciones de oposición constitutivas del sistema de marcas distintivas que es característica de una formación social dada. Esto explica que, siendo esencialmente racional (la mismísima palabra de distinción lo expresa bien), símbolos de distinción, que pueden variar ampliamente dependiendo de las capas sociales a las cuales son opuestos, no obstante son percibidas como los atributos innatos de una “distinción natural”. Lo que propiamente caracteriza los símbolos de distinción, sean tanto los estilos de hogares como su decoración, o la retórica de un discurso, los “acentos” lingüísticos o el corte y color de una prenda, modales de mesa o disposiciones éticas, reside en el hecho que, dada su función expresiva son, como fueron, doblemente determinadas: están determinadas, primero, por su posición en el sistema de signos distintivos y, segundo, por la relación bi-unívoca de correspondencia que obtiene entre aquel sistema y el sistema de posiciones en la distribución de bienes. Por lo tanto, cada vez que sean tomadas como socialmente pertinentes y legitimadas como una función de un sistema de clasificación, las propiedades acabarán siendo sólo bienes materiales expuestos a entrar en intercambios y a beneficios de rendimiento material para convertirse en expresiones, signos de reconocimiento que signifiquen y adquieran valor a través del conjunto completo de brechas o distancias [écarts] en relación a otras propiedades –o no-propiedades. Las propiedades encarnadas o cosificadas entonces funcionan como una especie de lenguaje primordial, a través del cual somos hablados más de lo que lo hablamos, a pesar de todas las estrategias de presentación de uno mismo.[11] Cualquier distribución desigual de bienes y servicios tiende por lo tanto a ser percibido como un sistema simbólico, esto es, como un sistema de marcas distintivas: distribuciones, tales como las de automóviles, lugares de residencia, deportes, juegos de mesa, etcétera, son, para la percepción común, demasiados sistemas simbólicos dentro de los cuales cada práctica (o no-práctica) recibe un valor. La suma de estas distribuciones socialmente pertinentes boceta el sistema de estilos de vida, el sistema de distancias diferenciales engendradas por el gusto y apropiadas por el gusto como signos de buen o mal gusto y, por lo mismo, como títulos de nobleza capaces de traer un beneficio o distinción tanto mayores cuando su escasez relativa es más alta o como una marca de infamia.

La teoría objetivista de clases sociales reduce la verdad de las clasificaciones sociales a la verdad objetiva de estas clasificaciones, olvidando inscribir en la definición completa del mundo social la primera verdad contra la cual fue construida (la cual vuelve a exigir una práctica política orientada por esta verdad objetiva, so pretexto de aquellos obstáculos que debe superar continuamente para poder imponer una visión del mundo social conforme a esa teoría). La objetivación científica está completa sólo cuando está también aplicada a la experiencia que la obstaculiza. Y la teoría adecuada es aquella que integra la verdad parcial capturada por el conocimiento objetivista y la verdad específica a la experiencia primaria como el (más o menos permanente y total) error de reconocimiento de esa verdad, esto es, el conocimiento desencantado del mundo social y el conocimiento de reconocimiento como la cognición encantada o mistificada de la cual es el objeto en la experiencia primaria.

El error de reconocimiento de los fundamentos reales de las diferencias de los principios de su perpetuación es lo que hace al hecho que el mundo social no es percibido como el sitio de conflicto o competencia entre grupos dotados con intereses antagónicos sino como un “orden social”. Cada reconocimiento es no reconocimiento: cada tipo de autoridad, y no sólo aquella que se impone a sí misma a través de comandos, sino aquella que es considerada sin tener que ser considerada, aquella que es considerada natural y que está sedimentada en el lenguaje, un comportamiento, modos, un estilo de vida, o incluso en cosas (cetros y coronas, heroínas y trajes en otras épocas, autos lujosos y oficinas espléndidas hoy en día), descansa en una forma de creencia primitiva, más profunda y más imborrable que lo que comúnmente transmitimos por esa palabra. Un mundo social es un universo de presuposiciones: los juegos y las bases que propone, las jerarquías y las preferencias que impone, en resumen el ensamble de condiciones de adhesión tácitas, es tomado por seguro por aquellos que pertenecen a él y que está cargado de valor en los ojos de aquellos que quieren ser de él, todo esto descansa en el fondo del acuerdo entre las estructuras del mundo social y las categorías de percepción que constituyen la “doxa” o, a decir de Husserl, la proto doxa, una percepción del mundo social natural y dada por sentada.[12] El objetivismo, que reduce las relaciones sociales a sus verdades objetivas sobre las relaciones de fuerza, olvida que esta verdad puede ser representada por un efecto de mala fe colectiva y de la percepción encantada que las transfigura en relaciones de dominación, autoridad y prestigio legítimas.

Cualquier capital, cualquiera sea la forma que asuma, ejerce una violencia simbólica tan pronto como es reconocido, esto es, mal reconocimiento en su verdad como capital, y se impone como una autoridad pidiendo por reconocimiento. El capital simbólico no sería nada más que otra manera de designar lo que Max Weber llama carisma si él, que sin dudas ha entendido mejor que nadie que la sociología de la religión es un capítulo de la sociología de poder (y no uno menor), atrapado en/maniatado por la lógica de tipologías realistas, no ha hecho del carisma una forma particular de poder en lugar de verlo en una dimensión de ningún poder, esto es, otro nombre para la legitimidad como el producto de reconocimiento o no reconocimiento, o de la creencia (éstas son tan cuasi-sinónimos) “en virtud de qué personas que ejercen autoridad están dotadas de prestigio”. La creencia es definida por el mal reconocimiento del crédito que otorga su objeto y que agrega a los poderes que este objeto tiene sobre él, nobleza, buena voluntad, reputación, notoriedad, prestigio, honor, renombre, o hasta un don, talento, inteligencia, cultura, distinción, gusto –tantas proyecciones de creencia colectiva que la creencia cree que descubre en la naturaleza de sus objetos. El esnobismo o las pretensiones son las disposiciones de creyentes que están siempre obsesionados por el miedo de una grieta, de un desliz de error de juicio y de cometer un pecado contra el buen gusto e inevitablemente dominados por los poderes trascendentes a los que renuncian por el mero hecho de reconocerlos, arte, cultura, literatura, alta moda u otros fetiches de la alta sociedad,[13] y por los recipientes de estos poderes, aquellos árbitros arbitrarios de la elegancia –diseñadores de moda, pintores, escritores o críticos– meros productos de la creencia social que ejerce un poder real sobre los creyentes, sea el poder para consagrar objetos materiales transfiriendo sobre ellos lo sagrado colectivo o el poder para transformar las representaciones de aquellos que delegan su poder a ellos. La creencia es una adhesión que ignora que trae a la luz aquello a lo que adhiere; no sabe, o no quiere saber, que todo lo que hace por el encanto intrínseco de su objeto, su carisma, no es más que el producto de incontables operaciones de crédito y descrédito, todos igualmente inconscientes de su verdad, que son realizadas en el mercado de bienes simbólicos y materializadas en símbolos oficialmente reconocidos y garantizados, signos de distinción, formas de consagración, y certifica el carisma como títulos de nobleza o credenciales de escuela, marcas “cosificadas” de respeto recurriendo a formas de respeto, con brillo y ceremonia, cuyo efecto es expresar no sólo la posición social de uno sino también el reconocimiento colectivo que se le ha otorgado por el mero hecho de permitirle hacer una pantalla pública de su importancia. En contraposición con la pretensión, derivar de una discrepancia entre la importancia que el sujeto se otorga a él mismo y aquella que el grupo le otorga, entre lo que el “se permite a sí mismo” y lo que se le es permitido, entre las pretensiones y ambiciones legítimas, la autoridad legítima asegura y se impone por el sólo hecho de no tener nada más que hacer que existir para imponerse.[14]

Como una operación de alquimia social, la transformación de cualquier especie de capital en capital simbólico, como las posesiones legitimas fundadas sobre la naturaleza de su poseedor, siempre presupone una forma de trabajo, un visible gasto (que no necesita ser visible) de tiempo, dinero y energía, una redistribución que es necesaria para asegurar el reconocimiento de la distribución, en la forma de reconocimiento otorgado por el que recibe al que, estando mejor situado en la distribución, está en una posición para dar, un reconocimiento de no endeudamiento que es también un reconocimiento de valor.[15] El estilo de vida es la principal y, tal vez hoy, la más fundamental de estas manifestaciones simbólicas, vestimenta, muebles o cualquier otra propiedad que, funcionando de acuerdo a la lógica de pertenencia y exclusión, crea diferencias en capital (entendido como la capacidad de apropiarse de bienes escasos y sus beneficios correspondientes) visibles bajo una forma tal que escapan a la brutalidad injustificada del hecho, datum brutum, mera insignificancia o pura violencia, para acceder a esta forma de mal reconocimiento y violencia denegada, que es por lo tanto afirmada y reconocida como legítima, es decir violencia simbólica.[16] De más decir que el “estilo de vida” y la “estilización de vida” transfiguran las relaciones de fuerza en relaciones de significado, en un sistema de signos que, siendo “definidos”, como dice Hjelmslev, “no positivamente por sus contenidos, sino negativamente por sus relaciones con los demás términos del sistema”[17], están predispuestos por una especie de armonía preexistente a expresar el propio ranking en las distribuciones: aunque ellos derivan su valor de su posición en un sistema de oposiciones y no son más que lo que otros no son, los estilos de vida –y los grupos que distinguen– parecen no tener otro fundamento más que la disposición natural de sus portadores, como esta distinción que se dice “natural”, aunque –las palabras lo dicen– existe sólo en y a través de sus relaciones de contraposición con otro, disposiciones más “comunes”, esto es, estadísticamente más frecuentes. Con la distinción natural, el privilegio contiene su propia justificación. La legitimación de la teatralización que siempre acompaña el ejercicio de poder se extiende a todas las prácticas, y especialmente a consumos que no necesitan ser inspirados por la búsqueda de distinción, como la apropiación material y simbólica de trabajos de arte, que parecen tener como único problema las disposiciones de una persona en su singularidad irremplazable. Como los símbolos religiosos para otros modos de dominación, los símbolos del capital cultural, cosificado y encarnado, contribuye a la legitimación de la dominación y el propio arte de vivir de quienes tienen el poder contribuye al poder que lo hace posible en la medida que sus condiciones reales de posibilidad permanezcan ignoradas y como es percibido, no sólo como la manifestación legítima de poder, sino como la justificación de legitimidad.[18] “Los grupos de status” basados en “estilos de vida” no son, como cree Weber, una especie de grupo diferente a las clases, sino clases denegadas, o si uno prefiere, sublimadas y por tanto clases legitimadas.

Bibliografía

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Introducción, traducción y comentarios de Loïc Wacquant. [LW version del 10/04/2012, revisado 14/08/2012 – Introduction del 14/11/2012] © Pierre Bourdieu/Loïc Wacquant * A aparecer en Journal of Classical Sociology, primavera de 2013. Traducción de María Luján Veiga.
[1] Véase Georges Duby, The Three Orders: Feudal Society Imagined. University of Chicago: Chicago, 1982 [1978].
[2] Considerando aquí solamente esta forma de física social (representada, por ejemplo, por Durkheim) que coincide con la cibernética social para admitir que realmente sólo puede ser conocida por el desarrollo de instrumentos lógicos de clasificación, no intentamos negar la especial afinidad entre energías sociales y la inclinación positivista para construir clasificaciones tanto como particiones arbitrarias “operacionales” (como las categorías etarias o los estratos de ingresos) o como roturas “objetivas” (delimitadas por las discontinuidades en distribuciones o inflexiones de curvas) que uno únicamente debe registrar. Sólo deseamos acentuar que la alternativa fundamental se opone, no a la “perspectiva cognitiva” y conductista (o cualquier otra forma de análisis social mecanicista), sino a las relaciones hermenéuticas de significado y una mecánica de relaciones de fuerza.
[3]  W. Lloyd Warner, Social Class in America: The Evaluation of Status (New York: Harper & Row, 1960).
[4]  N de T: La paradoja de una pila es una de varias “Sorite puzzles” formulada por Eubulides de Miletus (350 AC), el estudiante de Sócrates y fundador de la Megarian school of logic. También es conocida como “argumento poco a poco”: ya que un grano de trigo no hace una pila, entonces dos granos tampoco, entonces tampoco lo hacen miles de granos. La premisa es cierta pero la conclusión es falsa dado que la indeterminación afecta los predicados.
[5]  N de T: Bourdieu alude aquí al libro de Christian Baudelot, Roger Establet y Jacques Malemort, La petite bourgeoisie en France (Maspéro: París, 1974), en el que los autores, usando una definición estrictamente objetivista de clase basada en la fuente de ingreso propia, desarrollan un esquema contable Bizantino permitiéndoles contabilizar a la pequeña burguesía.
[6]  Consideré una expresión particularmente típica de esta marginalidad social, adaptada para su uso de la metáfora: “Cada individuo es responsable por la imagen de comportamiento de sí mismo y diferentes imágenes de otros, para que un hombre sea expresado por completo, los individuos deben amarrar manos en una cadena de ceremonia, cada uno dando diferencialmente con comportamientos apropiados para con el que está a la derecha que será recibido diferencialmente del que está a la izquierda” (Goffman, 1958: 484).
[7] Erving Goffman, The Presentation of Everyday Life (Penguin: New York, 1990, orig. 1958) y Marcel Proust, Remembrance of Things Past (Wordsworth: Londres, 2006 [1913-1937]).
[8] Eric Berne, Games People Play (Ballantine Books: New York, 1964) es un análisis transaccional de la estructura de interacción social y las motivaciones detrás de ellas con la conducción de un psiquiatra.
[9] Marcel Proust, A la recherche du temps perdu, Gallimard: París, (La Pléiade: París, Vol. 1, pág. 19; traducido como Remembrance of Things Past, Vol. 1, Wordsworth: Londres, 2006), y Goffman (“The Nature of Deference and Demeanor,” art. cit.): “El individuo debe confiar en los demás para completar su propia imagen.”
[10] Joseph Gusfield muestra, en un libro verdaderamente hermoso (Symbolic Crusade: Status Politics and the American Temperance Movement, University of Illinois Press: Urbana and London, 1968), cómo la abstinencia, que era el símbolo por excelencia de la membresía en la burguesía de la América del siglo XIX, fue progresivamente repudiada, entre los mismos círculos sociales, a favor de un consumo moderado de alcohol que se ha vuelto un elemento de un nuevo, más “relajado”, estilo de vida.
[11] La lengua en sí misma siempre habla, además de lo que dice, de la posición social del hablante (hay incluso momentos donde no transmite nada más), debido a la posición que ocupa –lo que Troubetzkoy llama su “estilo expresivo”– en el sistema de estos estilos [N de T: véase Nicolai Trubetzkoy, Principles of Phonology, University of California Press: Berkeley, CA, 1969, un libro que Bourdieu ha traducido al francés para la serie “Le sens commun” que dirigió en Editions de Minuit].
[12]  Véase Edmund Husserl, Ideas Pertaining to a Pure Phenomenology and to a Phenomenological Philosophy. First Book: General Introduction to a Pure Phenomenology (Martinus Nijhoff, The Hague, 1983 [1913]), capítulo 4.
[13]  Pierre Bourdieu y Yvette Delsaut, “Le couturier et sa griffe: contribution à une théorie de la magie”. En: Actes de la recherche en sciences sociales 1, no. 1 (Fall, 1975), pp.. 7-36.
[14]  Cada agente debe, en cada momento, tener en cuenta el precio que recoge en el mercado de bienes simbólicos y que define a lo que puede acceder (es decir, entre otras cosas, lo que puede  aspirar y lo que puede apropiarse legítimamente en un universo donde todos los bienes son en sí mismo jerarquizados). El sentido del valor fiduciario (que en algunos universos, como el campo intelectual o artístico, puede ser la fuente de valor vendida) guía estrategias que, para ser reconocidas, deben estar vinculadas justo al nivel correcto, ni muy alto (pretensión) ni muy bajo (vulgaridad, falta de ambición), y en particular las estrategias de disimilación de y asimilación en otros grupos que pueden, dentro de ciertos límites, jugar con distancias reconocidas. (Mostré en otro lugar cómo el “envejecimiento” del artista es, por un lado, un efecto de incrementar en capital simbólico y de su correspondiente evolución de ambiciones legítimas). Pierre Bourdieu, “The Invention of the Artist’s Life”. En: Yale French Studies 73 ([1975] 1987), pp.. 75-103.
[15] En sociedades precapitalistas, este trabajo de transmutación se impone con especial rigor debido al hecho que la acumulación de capital simbólico es frecuentemente la única forma de acumulación, de hecho y por ley. Generalmente, cuanto más alta la censura de las manifestaciones directas del poder del capital (económico o incluso cultural), más capital debe ser acumulado en la forma de capital simbólico.
[16] Cuanto más débil el grado de familiaridad mutual, las operaciones más comunes de clasificación deben confiar en simbolismos para inferir posición social: en villas o ciudades pequeñas, el juicio social puede basarse en un conocimiento comprensivo de las más determinantes características económicas y sociales. En contraste, en encuentros anónimos y ocasionales de la vida urbana, el estilo y el gusto sin dudas contribuyen en una moda mucho más decisiva para guiar el juzgamiento social y las estrategias desarrolladas en interacciones. En este contraste, ver Pierre Bourdieu, The Ball of Bachelors: The Crisis of Peasant Society in Béarn. University of Chicago Press: Chicago, [2002] 2008].
[17] La cita es en realidad de Ferdinand de Saussure, Cours de linguistique générale (Paillot: París, 1968), pág. 162 (trans. Course In General Linguistics, Mc-Graw Hill: New York, 1965). Esta proposición fue luego más desarrollada por Hjelmslev and the Linguistic Circle of Copenhagen, ver Louis Hjelmslev, Prolegomena to a Theory of Language (University of Wisconsin Press: Madison, [1943] 1961).
[18] Esto implica que el análisis del campo de poder como el sistema de posiciones de poder no puede ser separado del análisis de las propiedades (en los dos sentidos) de los agentes que ocupan esas posiciones y de la contribución que estas propiedades traen a la perpetuación del poder a través de efectos simbólicos que ejercen.
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